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Un invitado inesperado Shari Lapena

Libro de suspenso completo

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veces, a niños perdidos. En ocasiones, esos rastreos tienen un final feliz. No

alberga ilusiones con respecto a este. Una mujer sola, sin ropa para

resguardarse de los elementos. No habrá pasado mucho tiempo antes de

sufrir una hipotermia. A menos que tenga conocimientos de cómo sobrevivir

sola en un bosque en invierno, cosa que Sorensen duda. Para colmo, Riley

estaba siendo presa del pánico y no pensaba con claridad. Y la primera regla

de la supervivencia es no dejarse llevar por el pánico.

Las ramas crujen bajo sus botas y el aire frío y cortante hace que sienta una

presión en el pecho. Examina el bosque, siempre consciente de la presencia

de Lachlan a su izquierda moviéndose con cuidado. Normalmente, le encanta

caminar por el bosque, pero hoy no. Además de la sensación de apremio que

tiene siempre en los rastreos —la esperanza y el miedo simultáneos— sabe

que aquí puede haber un asesino.

Cuando llevan un rato y Sorensen empieza a sentir de verdad el frío, entran

en un pequeño claro donde la nieve es más profunda. Levanta la vista hacia el

otro lado del claro en busca de algún rastro humano y no ve nada, pero,

entonces, oye a Lachlan.

—Aquí.

Solo por el tono de su voz, ella ya lo sabe.

Aun así, va hacia él todo lo rápido que le es posible, avanzando torpemente

entre la profunda nieve. Lachlan está de pie junto a algo más oscuro sobre la

blanca nieve, una silueta acurrucada junto a una roca grande. Al acercarse,

ve que se trata de una mujer de unos treinta años, con la cara de un blanco

inquietante, los labios azules y los ojos abiertos pero cubiertos de hielo. Está

vestida con unos vaqueros y un jersey gris. Zapatillas de deporte. Sin abrigo

ni gorro. Está agachada contra la roca, rígida como un madero, con las

rodillas contra el pecho y los brazos alrededor de ellas, como si se estuviese

escondiendo o esperando algo inevitable. Tiene las manos escondidas en las

mangas. Sorensen está a punto de venirse abajo, pero cuida que no se le note.

En lugar de ello, se inclina hacia delante para examinarla con más atención.

No hay señales visibles de violencia. Vuelve a incorporarse.

—Mierda —murmura Lachlan.

Hay varios cuervos volando por encima, con su silueta oscura contra el cielo

claro y Sorensen se queda mirándolos un momento.

—No hay señales de traumatismo —dice Sorensen por fin mirando a Lachlan.

—Pero ¿de quién huía? —pregunta Lachlan negando con la cabeza—. Aquí

fuera y sin abrigo.

—No creo que ni siquiera ella lo supiera.

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