Un invitado inesperado Shari Lapena
Libro de suspenso completo
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camino de la casa de hielo —le dice su mujer después de que él haya
recuperado la compostura. La mira con fastidio mientras ella añade—: Me ha
dicho que ahí no hay árboles. Debe de resultar relativamente seguro.
Candice siente cierta compasión por Henry, que claramente está frustrado
por verse atrapado aquí. La mayoría de ellos parecen sentirse igual. O bien
deseosos de salir, como Henry, o apáticos, como Ian y Lauren.
Ella tiene mucho que hacer —mientras la batería le dure— y también hay
bastantes cosas aquí que le interesan. Se acerca al cadáver de Dana para
echar otro vistazo. Puede sentir las miradas de los demás sobre ella,
reprobadoras, cuando levanta la sábana. Esta vez, mira con más atención la
herida de la cabeza y, después, la sangre sobre el escalón; el corazón le late
con más fuerza por lo que ve allí. Luego vuelve a la chimenea y se queda de
pie ante ella un momento, sumida en sus pensamientos mientras se calienta
las manos. Lo cierto es que no puede permitir que esto la distraiga. Pero
sospecha que alguien ha asesinado a esa pobre chica.
Lauren la saca de sus pensamientos con un sobresalto cuando se acerca a
preguntarle:
—¿Qué tipo de libro estás escribiendo?
Candice sonríe un poco evasiva.
—Pues… es que no me gusta hablar de ello. Nunca hablo de lo que estoy
escribiendo hasta que está terminado —contesta con tono de disculpa—. Es
como si le sacara toda la energía al proyecto.
—Ah —dice Lauren—. Yo creía que a los escritores les gustaba siempre hablar
de lo que están haciendo.
—A mí no —responde Candice.
Poco a poco, los huéspedes empiezan a abandonar el vestíbulo
desperdigándose en distintas direcciones, desanimados por la tragedia que ha
tenido lugar entre ellos. Bradley ha traído un par de lámparas de aceite y
algunas cerillas y las ha dejado sobre la mesa de centro, pero la mayoría de
ellos opta por usar la linterna de sus iPhones para ayudarse a ver el camino
escaleras arriba y por los pasillos sin luz de las plantas superiores. Todo es de
un oscuro desconcertante una vez que no están en la planta de abajo, donde
las ventanas de la fachada del hotel dejan entrar la luz del día.
Es hora de ponerse a trabajar. Candice rodea el cadáver y sube penosamente
por la escalera hasta su habitación de la tercera planta. El pasillo está
iluminado tan solo por las ventanas más bien pequeñas que hay en cada
extremo y todo está sombrío y lúgubre, acentuado aún más por la moqueta
oscura y el color apagado del papel de la pared. Candice supone que todas las
habitaciones tienen ventanas —desde luego, la suya sí tiene— y que, si las
cortinas están abiertas, habrá luz suficiente para casi todo, menos
probablemente para leer con facilidad.