Un invitado inesperado Shari Lapena
Libro de suspenso completo
Libro de suspenso completo
You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
David oye el grito y se levanta de la cama de un salto. Se pone un albornoz,
coge su llave y sale de la habitación. En lo alto del rellano, se detiene y baja la
vista hacia el pequeño grupo de personas que están abajo. Ve a Dana —
claramente está muerta— tirada a los pies de las escaleras con su bata;
Lauren está a su lado. Riley y Gwen están de espaldas a él. James está pálido
y Bradley parece, de repente, mucho más joven que la noche anterior. David
oye un ruido por encima de él, levanta los ojos rápidamente y ve a Henry y a
Beverly bajando, también aún en pijama, cerrándose las batas y atándoselas.
—¿Qué ha pasado? —pregunta David a la vez que se apresura a descender las
escaleras.
—No lo sabemos —responde James, con voz temblorosa—. Parece que se ha
caído por las escaleras.
David se acerca más.
—No le encuentro el pulso —le informa Lauren.
David se agacha y examina el cadáver sin tocarlo, con una sensación lúgubre
que se va adueñando de él.
—Lleva muerta un rato —dice por fin—. Ha debido de caerse en mitad de la
noche. ¿Por qué habrá salido de su habitación? —se pregunta en voz alta. Ha
visto una espantosa raja en el lateral de su cabeza y sangre en el borde del
último escalón. Lo examina todo con ojo experto y siente un inexplicable
agotamiento.
—Dios mío —susurra Beverly—. Pobre chica.
David levanta la vista hacia el resto. Beverly ha apartado la mirada, pero
Henry está contemplando al cadáver con expresión solemne. David observa a
Gwen, cuyo rostro está bañado en lágrimas mientras le tiembla el labio
inferior. Siente el anhelo de ir a consolarla, pero no lo hace. Riley mira a la
mujer muerta como si no pudiese apartar los ojos de ella. Ve entonces que
falta Matthew.
—Alguien tiene que decírselo a Matthew —señala, mientras siente que se le
encoge el estómago, consciente de que probablemente le toque a él. Mira de
nuevo a James y, a continuación, a todos los rostros afligidos que ahora le
devuelven la mirada a medida que van acordándose de Matthew—. Iré yo —
añade, poniéndose de pie—. Será mejor que llamemos a la policía.
—No podemos —responde James con voz áspera—. Se ha ido la luz. Y el
teléfono no funciona. No podemos ponernos en contacto con la policía.
—Entonces, alguien tendrá que ir a avisarla —insiste David.
—¿Cómo? —pregunta Bradley—. Mire afuera. Todo es un manto de hielo.
James niega despacio con la cabeza.