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Un invitado inesperado Shari Lapena

Libro de suspenso completo

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que había pasado. Parecía cansado. Tenía ojeras, como si no hubiese dormido.

—¿Te acostaste tarde anoche? —preguntó James.

—No —respondió Bradley mientras cogía las bandejas—. Tengo que sacar

esto. —A continuación, llevó las magdalenas y los croissants al comedor.

James termina de fregar la sartén y la coloca en el escurridor. Ojalá volviera

la luz. Echa de menos su maldito lavavajillas. Ojalá viniera la policía y se

llevara el cadáver. No puede creerse que tenga que encargarse de casi una

docena de personas sin electricidad y con un cadáver a los pies de la escalera

de su querido hotel y que no pueda hacer nada al respecto.

Sábado, mediodía

Lauren baja por las escaleras al vestíbulo y rodea con desagrado el cuerpo de

Dana. Ian va justo detrás de ella. La decisión que tienen que tomar todos es

bastante terrible: o usar la escalofriante escalera de atrás o la principal con el

cadáver a los pies. Cuando levanta la vista, no hay nadie en el vestíbulo. Está

vacío, salvo por Candice, que rápidamente deja un libro en una mesita y se

gira hacia ella. Es el libro de Lauren.

—Eso es mío —dice Lauren—. Imaginaba que me había dejado el libro aquí

abajo.

—¿Sabes dónde está Bradley? —pregunta Candice—. He salido a pedirle que

me traiga un té caliente.

—Se lo diré cuando le vea, si quieres —se ofrece Lauren.

—¿Me harías ese favor? Y dile que me lleve el almuerzo a la biblioteca.

Gracias. No quería molestar a su padre en la cocina. —Candice se marcha

rápidamente.

Lauren se queda mirándola.

Se sienta en el borde de la gran chimenea de piedra del vestíbulo y tira de Ian

para que haga lo mismo a su lado y tratar así de entrar en calor mientras

esperan a que aparezcan los demás y a que se sirva la comida. Lauren mira

hacia el otro extremo de la habitación, hacia las ventanas de la fachada. No se

le va de la cabeza. Dana está muerta, a los pies de la escalera. Evita mirar en

esa dirección siempre que puede.

—Esto es terrible —le susurra a Ian.

—Lo sé —asiente él, a su lado. Le agarra la mano y la aprieta—. No sé qué

haría yo si te pasara algo.

Ella le da un ligero beso en la mejilla.

—No entiendo por qué no se la pueden llevar —murmura después—. ¿Por qué

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