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Un invitado inesperado Shari Lapena

Libro de suspenso completo

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los gastos de manutención, como hacen la mayoría de los hombres. Todo será

sexo, salir a cenar, vacaciones y ninguna responsabilidad. Bueno, pues

piénsatelo bien, porque no va a ser así. —Espera un momento para dejar que

esa idea también surta su efecto y, después, hace una larga pausa antes de

hablar con un tono más conciliador—. No va a durar mucho. Te cansarás de

ella. Ella se cansará de ti. Nos echarás de menos a mí y a los niños. No

tendrás dinero suficiente. Te vas a arrepentir. Estoy segura. —Su marido

levanta los ojos para mirarla por fin—. Henry, no destruyas lo que tenemos.

Olvídala.

Esta es su oportunidad para elegirla a ella, piensa Beverly. Espera,

aguantando la respiración. Pero… él no dice absolutamente nada. Su corazón

se precipita al vacío, como un cuerpo que cae por unas cataratas en el interior

de un tonel.

De repente, ella recuerda cómo se había sentido la noche anterior, cuando

llegaron al hotel. Ahora le parece que ha pasado una eternidad. Qué estúpida,

qué equivocada había estado al creer que simplemente se habían separado un

poco y solo necesitaban pasar un tiempo juntos para recordar qué le gustaba

al uno del otro. Recuerda que él ni siquiera subió con ella a la habitación con

el equipaje, que se había quedado aquí abajo, en el vestíbulo, mirando

excursiones que los pudieran mantener ocupados para así no tener tiempo de

pensar, de hablar.

Recuerda cómo la miró cuando se puso su salto de cama nuevo.

Durante todo ese tiempo él había sido consciente de que estaba enamorado

de otra persona.

Pues ella no lo va a aceptar. Un encaprichamiento no es amor. Él solo

necesita un tiempo para recuperar la sensatez. Esto es… una especie de

locura de mediana edad. Volverá con ella. Todo se arreglará. Tiene que ser

paciente, eso es todo.

—Piénsalo, Henry —dice. Se levanta despacio y vuelve a su habitación

dejando a su marido solo junto a la chimenea.

Sábado, 15:30 horas

La batería del portátil de Candice se está agotando. Maldice en voz alta en

medio de la biblioteca vacía. Vuelve a guardar su trabajo y, a continuación,

decide apagar el ordenador mientras pueda. Tiene que ahorrar un poco de

batería por si necesita consultar algún punto de su manuscrito. Debería

haberlo impreso y habérselo traído. «Joder». Nunca más volverá a cometer

este error. A partir de ahora, se promete que siempre imprimirá el manuscrito

y lo llevará con ella cada vez que vaya a algún sitio. Muy pocas veces cuenta

con tiempo para trabajar sin que la molesten.

Baja los ojos al portátil cerrado y piensa qué hacer ahora. Tendrá que escribir

a mano, supone. Es una lástima que su letra sea tan ilegible. Incluso a ella le

cuesta entenderla. Y, por supuesto, no ha traído papel. La sociedad sin

papeles. ¡Ja! Levanta la vista y observa la habitación a su alrededor. Se

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