Un invitado inesperado Shari Lapena
Libro de suspenso completo
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—No seas ridículo, Henry. No sabemos si Ian ha matado a alguien.
—¡Es él o nosotros! —exclama Henry con temeridad.
No está dispuesto a atenerse a razones, piensa David. Todos están llegando al
límite. Puede que Henry haya sido el primero en alcanzarlo.
David mira rápidamente a Ian. Parece petrificado.
En ese momento, David se enfurece ante su imprudencia.
—No podemos matarle sin más.
—¿Por qué no? —protesta Henry—. ¡Sería en defensa propia!
David mira a Henry negando con la cabeza.
—Maldito insensato —dice, levantando la voz—. Sería asesinato a sangre fría.
No sabemos si ha matado a alguien. Míralo, asustado en su sillón. Nosotros
somos siete y él está solo. ¿De verdad crees que puedes matarle y salir
indemne? ¿Quieres ser juez, jurado y ejecutor al mismo tiempo? —No puede
evitarlo. La rabia se ha apoderado de él y la expresa hablando alto y claro.
Henry vuelve a apoyar la espalda en su asiento a regañadientes, con el rostro
oculto entre las sombras.
Domingo, 04:59 horas
Los ojos de Henry se agitan. Está teniendo un sueño, un sueño muy
desagradable, donde está paralizado, sin poder moverse, sin poder actuar. Ya
ha tenido antes ese sueño. Es simbólico, por supuesto, pero nunca ha
parecido tan real. Se ve preso dentro de esa pesadilla. No puede mover los
brazos ni las piernas. Ni siquiera los dedos de las manos ni de los pies. No
puede mover la lengua, que siente gruesa dentro de la boca. Lo único que
tiene vida dentro de él es su cerebro, su mente.
Se da cuenta ahora de que algo va muy mal. Estaba durmiendo, pero esto no
es un sueño. Intenta hablar, pero no puede abrir la boca ni articular ninguna
palabra. Le cuesta tragar saliva. Cree que tiene los ojos abiertos, pero no
puede mover las pestañas y todo está oscuro. No puede ver nada. Es como si
una capa negra le cubriera los ojos, como ese momento antes de quedarse
dormido. Sabe que se está muriendo, pero no se lo puede decir a nadie.
Quiere agitarse y removerse para llamar la atención de los demás, pero es
incapaz. Sabe dónde está, aunque ya no pueda ver. El sentido del olfato aún le
funciona y reconoce el olor de los leños que se queman en la chimenea. Eso le
recuerda a las Navidades cuando era pequeño. Sigue estando en el vestíbulo
del Mitchell’s Inn y el asesino también ha acabado con él.