Un invitado inesperado Shari Lapena
Libro de suspenso completo
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Lauren observa a Henry y a su mujer, Beverly, sentados uno junto al otro.
Apenas se hablan.
Riley y Gwen están sentadas aparte. Lauren nota una desavenencia. Se ha
estado fijando especialmente en Riley. El atisbo de histeria que Lauren notó al
principio, cuando la sacaron de la cuneta la noche anterior, sigue presente.
Incluso más. Riley mueve los dedos sin parar, dándole vueltas al anillo de
plata de su dedo índice, examinando con la mirada la habitación de manera
constante, como si buscara algo, alguna amenaza. Lauren nota que Gwen
evita a Riley, lo cual resulta extraño. Anoche, Gwen se mostraba de lo más
solícita, esforzándose por animar a Riley, pero ahora parece que no le
importa. Algo debe de haber pasado. Lauren recuerda la noche anterior,
cuando notó que el pequeño flirteo entre David y Gwen en el comedor terminó
de repente. Se pregunta si Riley tuvo algo que ver con ello. Y, si ha sido así,
cuál habrá podido ser el motivo. Celos, probablemente.
Riley es consciente de que Gwen está enfadada con ella. Pero tenía que
hacerlo. Riley estudia a David, le observa y trata de recordar qué es lo que
sabe del caso. Está casi segura de que es el abogado de Nueva York al que
arrestaron —y soltaron— por el violento asesinato de su mujer tres o cuatro
años atrás. Trata de recordar los detalles. La habían matado a golpes. Una
muerte especialmente violenta. La mujer había recibido tal paliza que le
habían roto la espalda. La golpearon repetidamente en la cabeza con algo
pesado, en la cocina de su casa, en uno de esos barrios caros de las afueras
de Nueva York. Nunca encontraron el arma homicida. El marido declaró que
había llegado tarde a casa del trabajo y se la había encontrado. Había llamado
a emergencias. Pero había alguna discrepancia en los detalles que aportó que
no le benefició. Un tiempo muerto. Un vecino había insistido en que había
visto entrar el coche del marido bastante tiempo antes de la llamada a
emergencias. El abogado lo había explicado diciendo que no había entrado en
la cocina nada más llegar a casa. No parecía muy probable.
Mira las manos de David, caídas a ambos lados mientras él está de pie junto a
la chimenea, esperando tranquilo la hora del almuerzo. Unas manos fuertes y
masculinas. Se pregunta de qué es capaz. Levanta los ojos y se da cuenta de
que él la está observando. Ella desvía la mirada.
Riley recuerda que se habían dado otras circunstancias sospechosas. El
matrimonio había tenido problemas. Habían hablado de divorciarse. Eso
mismo podría decirse de la mitad de los matrimonios, pero tenían una póliza
de seguros, muy considerable. Y no había indicios de que se hubiese forzado
la puerta.
Por lo que ella podía recordar, habían retirado los cargos. No encontraron
ropa con manchas de sangre ni el arma homicida. Sin ninguna prueba física
que incriminara al marido ni ningún testigo —aparte del vecino que había