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Un invitado inesperado Shari Lapena

Libro de suspenso completo

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después del almuerzo, lo abrió y vio el pequeño papel que había en su

interior, sin arrugar, con su marcapáginas. Y escrito en él, con caracteres

grandes en mayúsculas, en un claro intento por disimular la letra, decía: «He

visto lo que le has hecho a Dana».

Sintió que el corazón se le salía del pecho, como si alguien le hubiese dado

una descarga eléctrica. ¡Alguien la había visto! La nota no estaba firmada.

Pero había visto a Candice en el vestíbulo con el libro en las manos y cómo lo

había vuelto a dejar rápidamente. Tenía que ser ella. ¿Iba a intentar

chantajearla? Lauren empezó a pensar con inquietud en el hotel, en que

alguien podría haber estado escondido detrás de un sillón, en un rincón, en

que, al final, sí que podrían haberla visto u oído. ¡Qué imprudente había sido,

qué confiada, al echar un rápido vistazo a su alrededor y suponer que no

había nadie allí! Pero Candice la había estado viendo. Debía de ser ella. Y

ahora iba a tratar de chantajearla. Esa zorra. Pero Lauren no era de las que

se dejan chantajear.

Sabía lo que tenía que hacer. No le preocupaba tener que matar. No si era

necesario. Siempre había sido capaz de hacer lo que fuese necesario. Ella es

distinta a los demás. Siempre lo ha sabido, desde que era una niña.

También sabe lo importante que es ocultar algo así. Y ha sido lo

suficientemente lista como para que no la descubrieran. Eso le ha

proporcionado cierta libertad que otras personas parecen no tener. Puede

hacer cosas que ellas no pueden. Pero ha aprendido a ocultarlo mediante la

observación de lo que hacen los demás y fingiendo que es como ellos.

Tras encontrar la nota, le dijo a Ian que quería pasar un rato a solas y se fue a

la pequeña sala de estar de la tercera planta con su libro. Sabía que no podía

enfrentarse a Candice en la biblioteca. Era demasiado arriesgado.

Probablemente, Candice subiría a su habitación en algún momento. Ya se

había fijado en que Candice llevaba un pañuelo de seda en el cuello esa

mañana.

Un rato después, oyó un sonido por el pasillo. Se levantó de su sillón junto a la

ventana donde había luz suficiente para leer y fue en silencio hasta la puerta

para mirar. Era Candice, que estaba abriendo la puerta de su habitación al

otro lado del pasillo. Lauren recorrió sigilosa el pasillo hacia la puerta abierta.

Candice estaba de pie junto al escritorio, de espaldas a ella. Lauren no iba a

negociar. Solo había un modo de tratar con un chantajista. Fue fácil avanzar a

hurtadillas por detrás de Candice, hundiendo los pies en la moqueta sin hacer

ruido. Agarró rápidamente los dos extremos del pañuelo alrededor del cuello

de Candice y tiró con todas sus fuerzas. No la soltó hasta estar segura. Dejó

que Candice cayera al suelo. Cuando Lauren estuvo segura de que estaba

muerta, se marchó sirviéndose de la manga para cerrar la puerta al salir. Y,

después, volvió sobre sus pasos hasta la sala de estar, donde volvió a retomar

su lectura.

Problema resuelto.

Y, entonces, tuvo otra idea. Tras comprobar que no venía nadie, se escabulló

por el pasillo y, después de forzar la cerradura —una destreza que había

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