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Un invitado inesperado Shari Lapena

Libro de suspenso completo

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procedía de una farola de la calle. Gwen reconoció a la chica. Era compañera

suya en alguna de sus clases. Estaba tratando de quitarse de encima a un

chico, pero él no cedía. Empezó a arrancarle la ropa. Gwen estaba a punto de

levantarse —pensó que entre las dos podrían hacerle parar— pero, entonces,

entraron dos chicos más y cerraron la puerta. Uno de ellos colocó una silla

por debajo del pomo de la puerta para que nadie pudiera abrirla. Gwen se

quedó paralizada por el miedo.

La otra chica gritaba, pero la música estaba tan fuerte que nadie la podía oír.

La sujetaron sobre la cama mientras la violaban. Se reían. Todo pasó muy

rápido. Ella no quiso que supieran que estaba allí. Tenía miedo de que le

hicieran lo mismo.

Se marcharon y dejaron allí a la chica, llorando, en la cama. En cuanto se

hubieron ido, Gwen se levantó. Se acercó a ver cómo se encontraba la chica,

pero estaba inconsciente. Gwen la puso de lado para que no se ahogara con

su propio vómito y, a continuación, fue en busca de Riley. Y Riley le recriminó

que debería haberse enfrentado a ellos.

Riley le ha estado diciendo desde entonces que ya no pensaba igual. Cuando

Gwen encontró a Riley en la fiesta y le contó lo que había pasado, subieron

juntas a ver a la chica. Gwen le explicó que había estado en la habitación. La

chica no comentó nada, pero Gwen podía ver su mirada de reproche. Le

preguntó a Gwen si sería capaz de identificar a los que la habían violado y

corroborar su historia. Ella le había dicho a Riley que creía que podría

reconocerlos, pero, en el momento en que la chica la puso en esa tesitura,

Gwen sintió pánico. No quería tener esa responsabilidad. Le dijo que estaba

demasiado oscuro y que no soportó quedarse mirando, que se había

escondido bajo las mantas. Que no podría identificarlos. Que no podría

ayudarla.

La chica quería poner una denuncia, pero no quería hacerlo sin la ayuda de

Gwen. Pero esta no la ayudó, a pesar de que Riley la apremió a que lo hiciera.

Le dijo que no podría ser testigo. No hizo nada. Se graduó, se mudó a otra

ciudad y trató de olvidarse del tema. Pero siempre le ha perseguido la idea de

que aquellos universitarios —quienesquiera que fueran— son ahora hombres

adultos. Y, si en el pasado se comportaron así, podrían volver a hacerlo. Se

enteró de que la chica se había suicidado no mucho después. Y, desde

entonces, Gwen ha vivido con esa culpa.

La ha definido, la ha moldeado. Es una cobarde, una persona que no hizo lo

que debía. Sabe que ya no merece nada de lo bueno que la vida le pueda

ofrecer.

Riley siempre la ha juzgado por ello. Incluso ahora, años después, la actitud

habitual de santurrona de Riley la enfurece. A veces, se pregunta si Riley se

habrá portado bien en todas esas zonas en guerra, si siempre habrá actuado

moralmente con jodida y absoluta perfección. Se pregunta si Riley habrá

cometido alguna vez un error, si alguna vez ha sentido miedo durante todo

ese tiempo en Irak y Afganistán.

Ensimismada en sus pensamientos, de repente oye que Riley ahoga un grito.

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