Un invitado inesperado Shari Lapena
Libro de suspenso completo
Libro de suspenso completo
You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
sin decir nada, ella insiste—: ¿Y qué te hace creer que tú tienes más derecho
a ser feliz que ningún otro, que yo, por ejemplo, o que Teddy o Kate?
Henry mira a su mujer con un desprecio apenas disimulado. La odia cuando
se pone así, toda altiva y arrogante. Es una auténtica mártir. No tiene ni idea
de lo difícil que ha sido vivir con ella. ¿Hasta qué punto puedes soportar tanta
tristeza en tu vida? Es una mujer deprimente, que siempre se está quejando.
Al menos, así se lo parece a él. Puede que no esté siendo justo, piensa ahora,
con bastante sensación de culpa. Está tan expuesta con ese camisón nuevo y
tan corto que, de repente, siente compasión por ella. Pero sigue siendo
incapaz de acercar una mano para consolarla.
Se pregunta cómo ven los demás a su mujer. ¿Qué piensan Ted y Kate de su
madre? La verdad es que no lo sabe. Se quejan de que los atosiga demasiado,
pero no cabe duda de que ella los quiere. Es una buena madre, eso lo sabe.
Pero no sabe lo que piensan sus hijos de ninguno de los dos. No sabe lo que
piensan, en general, los adolescentes. Él quiere a sus hijos, pero ya no quiere
a la madre, que es lo que hace que resulte tan complicado. No quiere
perjudicarlos ni hacerles ningún daño.
Está atrapado entre la espada y la pared. Y ahora se encuentra aquí,
encerrado con ella por culpa de la nieve todo el fin de semana. ¿Qué van a
hacer todo ese tiempo juntos?
—Yo no creo tener más derecho que tú ni que los niños a ser feliz —le
responde con frialdad. Desde luego, no es eso lo que él ha dicho. Es muy
típico de ella convertir su «Llevamos mucho tiempo sin ser felices» en «Llevo
mucho tiempo sin ser feliz». Él no se cree más importante que los niños ni que
ella. Cree que ella tampoco es feliz. La diferencia entre ellos está en que él lo
ve y ella no. O puede que simplemente se trate de que él es capaz de
admitirlo. Que quizá esté dispuesto a hacer algo al respecto.
Quizá, al término del fin de semana, todo se haya aclarado de alguna forma.
Viernes, 23:30 horas
Gwen sabe que ha sido una imprudente, pero no le importa. Algo ha sucedido
y está dispuesta a seguir adelante. Quizá sea que el Veuve Clicquot se le ha
subido a la cabeza. O puede que sea el olor que él desprende, como a jabón
caro y trajes importados. Y eso que ni siquiera la ha tocado aún.
David ha pedido a Bradley que les traiga más champán. Bradley vuelve para
encender el fuego y, a continuación, cierra con discreción la puerta de la
biblioteca al salir.
—Me gusta ese chico —dice David y ella se ríe tontamente mientras él rellena
las copas.
En la biblioteca, charlan. A ella le encanta el sonido de su voz, sobre todo
ahora que está hablando a solas con ella. Es más grave, más íntima, pero, de
algún modo, también más áspera, y eso hace que se sienta deseada. Cuando