Un invitado inesperado Shari Lapena
Libro de suspenso completo
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él habla en voz baja, se acerca más para que ella le pueda oír y Gwen también
se inclina más hacia él.
Los dos saben qué va a pasar.
Cuando llegan a la habitación de él —se ha ofrecido a acompañar a Gwen a la
suya, pero ella ha negado con la cabeza—, cierra la puerta al entrar con un
suave chasquido y ella se estremece. No se mueve. Espera a oscuras.
Él acerca las manos por detrás de su cuello para desabrocharle el collar y
quitárselo y ella siente como si la hubiese desnudado. Toma aire, esperando,
con un pequeño jadeo.
Él deja con suavidad el collar —de bisutería, pero bonito— sobre el escritorio
que hay justo al lado de la puerta. A continuación, la besa.
El beso libera algo en ella que llevaba demasiado tiempo encerrado, y se lo
devuelve, pero no con frenesí. Lo hace despacio, como si siguiera sin estar
segura. Y él parece darse cuenta. Como si tampoco estuviera seguro del todo.
A Beverly le cuesta dormirse. Siempre le pasa cuando está lejos de sus hijos y
también ahora que su mundo se está desmoronando. No ayuda el hecho de
que pueda oír la discusión amortiguada de la habitación de al lado, la de Dana
y Matthew. ¿Es que nadie es feliz?
Le fastidia que Henry se haya quedado dormido tan pronto, como si no
tuviera ninguna preocupación en el mundo. Y ahora está roncando. Ella no
sabe qué les va a pasar. Le molesta que sea ella la que tenga que preocuparse
por los dos. Siempre recae sobre ella toda la carga emocional.
Habían acordado dejar de hablar de su matrimonio antes de que ninguno de
los dos dijera algo de lo que pudiera arrepentirse. Decidieron intentar dormir
y ver cómo se sentían por la mañana.
Por fin, bien entrada la noche, ella se está quedando dormida, cuando oye un
grito ahogado. Pero la somnolencia la invade y el grito pasa a formar parte de
un sueño, una pesadilla. Alguien está intentando asfixiarla. De esa forma rara
en la que suceden las cosas en los sueños, ella está dando fuertes gritos, aun
cuando hay alguien que aprieta con firmeza una almohada contra su cara.
Sábado, 01:35 horas
Riley está tumbada en la cama, mirando al techo. Se pregunta cuándo se va a
acostar Gwen. Según su reloj, es más de la una y media de la madrugada. Ni
por un momento piensa que Gwen y David han estado en la biblioteca todo
ese tiempo. Habrá ido a la habitación de él. Se habrá acostado con él. Puede
que pase con él toda la noche y no vuelva a la habitación de las dos hasta la
mañana.
Le hace sentir muy inquieta. El pánico va aumentando en su interior como
una marea. No es porque sea una mojigata, ni mucho menos. Ha tenido