Un invitado inesperado Shari Lapena
Libro de suspenso completo
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detrás de David para coger la chaqueta del perchero. Bradley les da una
linterna cuyas pilas, les advierte, probablemente no vayan a durar mucho.
David se la lleva a la leñera.
Beverly mira a los demás. Todos parecen sumidos en sus pensamientos. Se
descubre mirando el jersey de su marido sobre el sillón, junto al fuego. Está
bastante segura de que su móvil está en el bolsillo. Necesita sacarlo sin que
los demás se den cuenta de lo que está haciendo.
Se levanta, se acerca y se sienta junto a la chimenea. El jersey está debajo de
ella. Nadie le presta ninguna atención. Oye levemente el ruido que James y
Bradley están haciendo en la cocina.
Beverly palpa en silencio el jersey hasta que encuentra el teléfono móvil de
Henry y lo rodea con la mano. Lo desliza en el interior de su propio bolsillo.
No quiere mirarlo ahí, delante de todos. Y no quiere que su marido entre de la
leñera y la vea en su asiento.
Se levanta y se mueve de un lado a otro, como si estuviese buscando una
revista nueva entre las que hay en el vestíbulo. Puede que Henry tarde un
rato en darse cuenta de que el móvil ha desaparecido. Se han llevado la
linterna y, por lo demás, no va a necesitarlo, ya que no hay cobertura. Ella
solo quiere ver sus mensajes antiguos. Si lo echa de menos, no va a tener
ninguna razón en particular para creer que lo tiene ella. Beverly tiene su
propio teléfono con la aplicación de la linterna.
Lo aprieta en el interior de su bolsillo. Se dice a sí misma que no debe
albergar demasiadas esperanzas. No tiene ni idea de cuál puede ser la
contraseña.
Henry y David entran con la primera carga de leña y la dejan caer junto a la
chimenea. David lanza otro tuero al fuego. Salta una lluvia de chispas y,
después, lo empuja con el atizador de hierro para avivar el fuego de nuevo.
Luego, salen a por más leña. Su marido ni siquiera la ha mirado.
—Voy a subir un poco a mi habitación —dice Beverly.
—Quizá deberíamos hacerlo nosotros también —le sugiere Lauren a Ian. Coge
su libro de la mesita que hay en el extremo del sofá.
Parece que ya nadie quiere seguir en el vestíbulo, piensa Beverly. Se
empiezan a cansar los unos de los otros. Va hacia la escalera, deseando
escabullirse en la intimidad de su habitación para ver si puede acceder al
teléfono de su marido. Al girar en el rellano, mira hacia abajo y ve que Gwen
también anima a Riley a subir.
Beverly no tarda mucho en llegar a su habitación de la segunda planta
iluminándose con su teléfono móvil. Abre la puerta con su llave y la cierra
después de entrar.
Se sienta en la cama en medio de la habitación oscura y saca del bolsillo el