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Malanga la novela

Novela costarricense posmoderna, fragmentaria sobre una república imaginaria que dice ser un paraíso, pero tiene los conflictos ordinarios de toda sociedad del siglo XXI: doble moral, facilismo, droga, violencia, autoestima y, acaso, el narcoestado. Es una novela pastiche que procura hablar sobre el ser contemporáneo. Su correlato habla de un mundillo literario plagado de oportunistas y tramposos y reflexiona sobre la escritura. La novela está escrita en clave de humor negro.

Novela costarricense posmoderna, fragmentaria sobre una república imaginaria que dice ser un paraíso, pero tiene los conflictos ordinarios de toda sociedad del siglo XXI: doble moral, facilismo, droga, violencia, autoestima y, acaso, el narcoestado. Es una novela pastiche que procura hablar sobre el ser contemporáneo. Su correlato habla de un mundillo literario plagado de oportunistas y tramposos y reflexiona sobre la escritura. La novela está escrita en clave de humor negro.

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Dos policías que hacen ronda por estos lares, aparecen

como manchas azules y lejanas. Al llegar a la esquina, se

detienen y ambos revisan sincronizadamente los

teléfonos. Luego giran noventa grados y van por pan y

gaseosas. Salen de la tienda luego de dos o tres minutos,

y, mientras comen, caminan.

La fila ha crecido y sale de vista: dobla a la derecha, al

oeste. Esto empieza a animarse. Un vendedor, de alcohol

en gel, recorre la fila. Otra señora, con pliegos de lotería

en mano, le cuenta a su amiga lo molestas que son las

várices y cómo suele disponer sus pies, todas las tardes,

en agua con sal.

A estas alturas, tengo contracturados el cuello y la

espalda. No me gusta tomar medicamentos, pero esta

semana la he pasado a puras infusiones de manzanilla y

desinflamatorios. Uno va llegando a la mitad de la vida

y, cuando se da cuenta, está en la puerta de salida: los

cincuenta. No parece demasiado, aunque si uno ha

terminado por creer en nada, tal vez es como un bimotor

que funciona mal. Nada estimulante, pero ahí la inercia

te sostiene a flote.

El personal de salud empieza a llegar a eso de las seis y

cuarenta. No mantengo mucho la atención en eso, pero

me divierte ver a un médico que se rasca la cabeza para

acomodar su tupé. Recuerdo de inmediato, en el tercer

año de secundaria, al profesor de sociales y su peluquín

volando y, no obstante, tengo la escena incompleta.

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