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Malanga la novela

Novela costarricense posmoderna, fragmentaria sobre una república imaginaria que dice ser un paraíso, pero tiene los conflictos ordinarios de toda sociedad del siglo XXI: doble moral, facilismo, droga, violencia, autoestima y, acaso, el narcoestado. Es una novela pastiche que procura hablar sobre el ser contemporáneo. Su correlato habla de un mundillo literario plagado de oportunistas y tramposos y reflexiona sobre la escritura. La novela está escrita en clave de humor negro.

Novela costarricense posmoderna, fragmentaria sobre una república imaginaria que dice ser un paraíso, pero tiene los conflictos ordinarios de toda sociedad del siglo XXI: doble moral, facilismo, droga, violencia, autoestima y, acaso, el narcoestado. Es una novela pastiche que procura hablar sobre el ser contemporáneo. Su correlato habla de un mundillo literario plagado de oportunistas y tramposos y reflexiona sobre la escritura. La novela está escrita en clave de humor negro.

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plástico lechoso tras las rejas. Antes del incidente,

mirabas hombres caribeños en camiseta, que cargaban

armas de repetición.

Caminaban por el lobby y los jardines.

No recuerdo tanto el hecho para contarlo con fidelidad.

Llegaron tipos en coche y entraron a la fuerza disparando.

Hubo heridos y alguno de los vigilantes de la casa logró

llamar al jefe. El sujeto se dejó venir desde su oficina, en

cosa de minutos. Uno sabe cuando pasa por acá, porque

ese hijueputa corre, como en pista, en este barrio

residencial. Más bala a lo loco. No sé cuánto siguen los

balazos, pero no tardan las patrullas en desplegarse:

cinco.

Agarran a un ladrón baleado, huyendo por el río. Los

otros se dan a la fuga. No se sabe qué logran sustraer,

pero ya el vecindario merodea el caserón.

Calle cerrada, un periodista del barrio y nada más. Sin

embargo, se filtra que, en la casa del paquistaní, hay

armamento clandestino pesado en cajas de madera. El

vocero de la policía municipal se limita a decir que el

dueño debe responder ante tribunales.

La casa sale a la venta. Durante seis meses, nada.

Los propietarios regresan. La única variante es que

permanece con puertas cerradas. Hay cámaras, cartel de

perro bravo y uno camina por allí los sábados temprano

—dentro de lo que cabe— tranquilamente.

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