Informe ESI Faur
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Socialización de género<br />
La pedagogía del género es otra de las dimensiones centrales de la transmisión<br />
de normas sobre la sexualidad. En consecuencia, predominan entre los y las docentes y<br />
directivos un conjunto de recuerdos que reflejan el aprendizaje cotidiano de roles y relaciones<br />
de género durante su infancia, en donde la escuela asumió un papel central. La<br />
división tajante de esferas caracterizadas como “femeninas” o “masculinas” fue un patrón<br />
común en esta transmisión, patrón que se erige bajo un único modelo de sexualidad:<br />
la heterosexualidad (Lopes Louro, 1999), al tiempo que establece territorios y fronteras<br />
aceptables para cada género (Scott, 2000). Esta norma continúa atravesando buena parte<br />
de las imágenes y las prácticas pedagógicas de docentes y directivos, que se perciben<br />
desafiados frente a la creciente visibilidad de otras formas de sexualidad y de vivir el género.<br />
“A nosotros nos educaron para ser varón o para ser mujer”, refiere una docente. Esa<br />
educación transmitía permisos y prohibiciones asociadas con el género. Espacios, juegos,<br />
vestimentas consideradas “apropiadas” para las niñas y no para los niños, y viceversa<br />
(Lopes Louro, 1999; Morgade et al., 2011; <strong>Faur</strong>, 2003).<br />
Todo esto se refleja en las escenas de los recuerdos infantiles a través de una importante<br />
curiosidad que se despertaba sobre lo que sucedía al “otro género”. Vemos, por<br />
ejemplo, una docente de Primaria que protagoniza una escena en la cual quería entrar a<br />
un baño de varones y se lo impedían. Comparte que tenía intriga por conocer ese baño<br />
y que jugaban con sus compañeras a que entraban y se tironeaban. Tenía siete años<br />
cuando la vio la directora de la escuela y la retó, sin mediar ninguna pregunta o palabra.<br />
Los recuerdos asociados a los primeros encuentros en la adolescencia se presentan<br />
con una fuerte carga de género. Los varones, con mayor libertad en sus exploraciones,<br />
las mujeres, con un mayor énfasis en “lo que está mal visto”, “lo que no se puede<br />
hacer”. En ambos, la mirada de los otros (pares o adultos) cobra un papel significativo,<br />
aunque los mensajes difieren profundamente, en tanto habilitan a los varones y limitan<br />
a las mujeres. Así, por ejemplo, docentes de una escuela primaria de Chaco narran una<br />
escena en la cual en séptimo grado circulaba la creencia de que tener la lengua oscura<br />
significaba haber perdido la virginidad. Una integrante del grupo relata que aunque se<br />
desconocía el concepto de virginidad “había alumnos que iban testeando quién era virgen<br />
y quién no y [...] las niñas se cuestionaban su virginidad frente al espejo”. Además del doble<br />
estándar, aparecen algunas escenas que asocian la demostración de amor con algún<br />
tipo de violencia (“te molesta porque gusta de vos”).<br />
Aparte del control de los cuerpos, los recuerdos femeninos denotan un profundo<br />
disciplinamiento de la afectividad y del deseo. Una sigla: SUA (su único amor) circula<br />
como un lugar común entre las mujeres, en especial en Mendoza, cuando recuerdan que<br />
“estaba mal visto tener novio”. Episodios que tallaron su experiencia vital y cuyo recuerdo,<br />
hoy, hace que las docentes, al compartirlos, puedan reírse y dramatizar con humor.<br />
En Chaco, un grupo de varones rememora escenas a partir de recuerdos en los<br />
que se da cuenta de la importancia del grupo de pares, que acompaña (y alienta) los<br />
Balances y desafíos de la implementación de la ley (2008-2015)<br />
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