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Módulo 2. Leitura Base. Texto 4

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dialógicos, el objeto hace el sujeto y el sujeto hace al objeto. Como siempre se<br />

responde desde el conocimiento que se tiene, el sujeto cognoscente definirá un<br />

objeto desde sus conocimientos; por eso, el objeto conocido moldearía también<br />

al sujeto (objeto cognoscitivo). Por tanto, el pensamiento parece que avanza por<br />

contraposiciones. La relación del conocimiento es una relación sujeto‐objeto, donde<br />

ambos aparecen entremezclados. Y ello sin entrar ahora a las consideraciones<br />

que podrían hacerse sobre el lenguaje. 4<br />

Partiendo de esta posición, el conocimiento es algo que se hace; es un<br />

proceso. Esto hace la mentalidad dialógica; al no haber verdades absolutas, sino<br />

relativas, la verdad ha de hacerse. Si esto es así, frente a la verdad dogmática<br />

aparecerá la verdad dialógica. El dogma es lo que no admite discusión. Ahora<br />

bien, para que haya posibilidad de diálogo y, en consecuencia, mentalidad dialógica,<br />

habrá que reconocer que no hay verdades dogmáticas o que estas pueden<br />

someterse también a la discusión. Es imposible crear una verdad dialógica desde<br />

las verdades dogmáticas. Cuando las hay, con toda coherencia, el sultán puede<br />

ordenar que se queme la biblioteca de Alejandría; pues, como el Alcorán es la<br />

verdad y, además, no hay otra verdad que esa, es la única verdad y lo único que<br />

importa, no caben más que dos posturas. Si todos los libros de la biblioteca alejandrina<br />

dicen lo que el Corán, son superfluos y, si se oponen, son mentira.<br />

De esta íntima creencia asumida por entero por los pensadores burgueses,<br />

se sigue el primer supuesto estructural para que haya opinión pública. Para que<br />

pueda haber opinión, tiene que haber libertad de expresión. Y, por tanto, la esencia<br />

de la opinión pública burguesa radica en el reconocimiento de la libertad. Lo<br />

cual confirma la siguiente conclusión. Es imposible la existencia de opinión pública<br />

en la Edad Media, porque es requisito previo de la opinión pública que se<br />

pueda discutir con libertad toda verdad, aun la calificada de dogmática (cosa inadmisible<br />

en aquel periodo). Este salto va a marcar el Renacimiento.<br />

El Renacimiento —dice Otto Hirzel 5 — es ante todo y sobre todo un inmenso<br />

diálogo. En la Edad media, no hay diálogo, hay «disputationes». En el Renacimiento,<br />

cuando se habla, los dialogantes no tienen la verdad absoluta. Para<br />

Hirzel, esto se constata en el modo renacentista de componer libros. Bocaccio es<br />

el primero que lo hace de este modo con su Decamerón, libro hecho a base de<br />

diálogos; donde unos nobles conversan en el campo. También son ejemplos de ello,<br />

Maquiavelo, con su Discorso o dialogo in torno alla nostra lingua, que es un<br />

4 Así, en el Cratilo (387b–388b) se introduce la acción lingüística del nombrar y del expresar con el doble<br />

objetivo de servir a la comprensión recíproca y a la diferenciación de los objetos. El giro «expresar los objetos<br />

como son», por el que se determinaría la expresión de lo verdadero, abre el camino a la tesis de que la<br />

validez de una expresión sobre un objeto, es decir, de las verdades elementales, depende en lo esencial sólo<br />

de la comparación del uso frente al objeto en la expresión con su previa introducción externa a una expresión<br />

para la diferenciación de objetos. Ni que decir tiene que en esta interpretación se puede reconocer sin dificultad<br />

también una parte de la concepción aristotélica posterior (cf. estas ideas en K. Lorenz/J. Mittelstraß,<br />

«On Rational Philosophy of Language: The Programme in Plato’s Cratilus reconsidered», Mind, 76 (1967),<br />

pp. 1–20; que parte del Cratilo, 385b y el Sofista, 263b).<br />

5 Cfr. HIRZEL, O.: Der Dialog ein literarhistorischer Versuch, Leipzig, 1895, p. 384.<br />

Iuris Tantum No. 24 2013<br />

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