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Delumeau-Jean-El-Cristianismo-Del-Futuro

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¿Qué valor otorgar a estas cifras? Mons. Riobé está dispuesto<br />

a pensar que el descenso en el número de ordenaciones es unbien:<br />

Me pregunto -escribe- si la disminución del número de sacerdotes<br />

no será un camino por el que nos lleva el Espíritu con el<br />

fin de hacernos reencontrar el sentido de la Iglesia-comunión.<br />

, Cuando un sacerdote no es sustituido en una parroquia, los laicos<br />

se organizan para el catecismo, la visita a los enfermos, los<br />

oficios e incluso para asegurar una celebración dominical. La<br />

Iglesia toma así más fácilmente conciencia de que es un pueblo<br />

donde todos son responsables 3.<br />

Mi apuesta por el futuro es en el mismo sentido que la del<br />

obispo de Orleans. Sin embargo, al mismo tiempo que registra<br />

las curvas descendentes que acabamos de trazar, la opinión advierte<br />

confusamente el aumento de la increencia, la criminalidad,<br />

o la invasión de la droga y la pornografía. <strong>Jean</strong> Fouratié denuncia<br />

la vida espantosa, reforzada por la desaparición masiva de las<br />

creencias y prácticas religiosas.<br />

Cierto, excelentes creyentes aseguran que no hay crisis de la<br />

Iglesia (Georges Hourdin) y que Dios existe, puesto que lo han<br />

encontrado (André Frossard). Para Étienne Borne, «Dios no ha<br />

muerto» y, para Didier Decoin, «existe Dios como para otros es<br />

de día». Maurice Clavel clama que «Dios es Dios, por Dios». No<br />

obstante, una lectura serena y seria de la realidad conduce a<br />

constatar dos hechos. En primer lugar, la Iglesia (en particular, la<br />

romana) está en plena crisis. Los obispos franceses lo reconocían<br />

en Lourdes en octubre de 1976 desde el punto de vista de la fe,<br />

las instituciones y los hombres.<br />

Por otro lado, la afirmación de la muerte de Dios, lanzada<br />

primero por unos intelectuales del siglo XIX, ha alcanzado progresivamente<br />

a amplios sectores del público. La paternidad de la<br />

fórmula se remonta a Hegel, que la pronunció en 1802 con un<br />

«dolor infinito». Este descubrimiento fue para él un «sufrimiento<br />

absoluto». Pero era necesario que todo ser fuese engullido «en la<br />

3 G. RIOBÉ, La liberté de Chrzst, París, 1974, pp. 199-200.

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