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Delumeau-Jean-El-Cristianismo-Del-Futuro

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on seguramente la entrada en el convento de muchas hijas de familias<br />

numerosas. Pero esto también habría podido ser verdad dos<br />

o tres siglos antes. La renovación hacia la austeridad de las antiguas<br />

órdenes religiosas indica que muchos y muchas de quienes<br />

entonces entraron en religión no buscaban una vida fácil o no obedecían<br />

sólo a motivaciones de orden familiar y social. Como prueba<br />

baste Jacqueline Arnauld, la Madre Angélica, que decidió en<br />

1609 contra la voluntad de su padre restaurar la clausura en el convento<br />

cisterciense de Port-Royal, y también el abad de Rancé, que<br />

prohibió en la Trapa a partir de 1664 el consumo de pescado, huevos,<br />

mantequilla y especias, estableció el silencio permanente y negó<br />

a su comunidad las visitas y las cartas.<br />

Puede extrañar tanto rigor e incluso puede preguntarse para<br />

qué. Pero no se les puede negar a numerosos apóstoles del catolicismo<br />

renovado una dosis poco común de heroísmo. H. Bremond<br />

ha hablado del siglo de los santos. Es una expresión exacta<br />

y nos permite entender un universo religioso donde hombres y<br />

mujeres, increíblemente audaces, impulsaron sorprendentemente<br />

el desprendimiento de sí y del mundo. Esto también es un hecho<br />

histórico.<br />

¿Debemos pasar en silencio esta santidad porque nos asusta?<br />

¿No prueba al menos la extraordinaria vitalidad de la fe que la inspiraba?<br />

Considerándose basura, porquería y océano de miserias,<br />

profundamente persuadidos de que «hay muchos llamados, pero<br />

poco son los escogidos», los santos del catolicismo tridentino: Ignacio<br />

de Loyola, Carlos Borromeo, Felipe Neri, Juan de la Cruz, Margarita<br />

María y tantos otros menos conocidos o no canonizados, rivalizaron<br />

en mortificaciones, ayunos, vigilias, penitencias que a<br />

veces comprometieron su salud. Con cierta violencia contra sí mismas,<br />

Juana de Chantal y María de la Encarnación resisten las lágrimas<br />

de sus hijos, que quieren impedirles que sigan un modo de vida<br />

religioso, y entran en el convento. La mayoría de estos seres<br />

extraordinarios son taumaturgos. Todos tienen el don de lágrimas.<br />

Una vez más, muchos de estos comportamientos nos extrañan:<br />

¿Dios exige tanto? Pienso que ahí no está la cuestión. Más vale<br />

intentar situarse en un tiempo donde las almas selectas del ca-

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