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Delumeau-Jean-El-Cristianismo-Del-Futuro

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La impotencia de Dios<br />

Job para nosotros es un símbolo de la esperanza 12, aunque<br />

se contente con el silencio del Señor como respuesta a sus preguntas<br />

angustiosas y acepte no comprender el porqué del mal. Se<br />

trata, ciertamente, de una actitud que podría calificarse peyorativamente<br />

de fideísta. Pero este comportamiento determinado por<br />

la sola fe se nos hace comprensible si se toma conciencia de la<br />

«impotencia de Dios». En esta impotencia se fundamentan el razonamiento<br />

de André Glucksmann y su esquela de defunción<br />

prematura de la tercera muerte de Dios. Esta impotencia no es<br />

comprensible sino a través de la sublime convicción cristiana de<br />

que Dios se ha hecho hombre. ¿Por qué existe el mal? No hay respuesta<br />

a nuestro alcance. Pero el cristianismo ilumina y relativiza<br />

este enigma con dos afirmaciones: por una parte, Dios ha venido<br />

para sufrir como nosotros por la violencia del mal y ha<br />

muerto en el abandono más absoluto; por otra, en la Jerusalén<br />

definitiva el mal habrá desaparecido.<br />

La encarnación presupone que Dios, hecho hombre, ha<br />

puesto entre paréntesis su omnipotencia durante toda su misión<br />

terrenal. Lo que nos lleva a enunciar dos proposiciones contradictorias<br />

de nuestra situación humana: Dios es a la vez el todopoderoso<br />

en el origen del cielo y la tierra y el nulo cuyo rastro<br />

nos han dejado los frágiles relatos evangélicos.<br />

<strong>El</strong> Dios al que los cristianos oran todos los días «ha gemido<br />

en una cuna», según la expresión de Lutero, y ha crecido en un<br />

ambiente modesto. Adolescente y joven adulto, ha trabajado con<br />

sus manos. Como profeta ha sido errante, a veces sin «una piedra<br />

para reclinar su cabeza». Ha ayunado en el desierto. Ha sido tentado.<br />

Ha llorado en la tumba de Lázaro. Ha lavado los pies de<br />

sus discípulos. Previendo su muerte cercana, fue «asaltado por la<br />

angustia... y su sudor le corría como gotas de sangre cayendo al<br />

suelo» (Lucas 22,44). No intentó defenderse, fue detenido, tortu-<br />

12 Cfr. F. CHIRPAZ, Job Laforce d'espérance, París, Cerf, 2000.

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