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albii de

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La séptima? dijeron los otros, pues es usted<br />

capaz <strong>de</strong> segar mas cabezas <strong>de</strong> mugeres que un<br />

gallego espigas.<br />

En este instante pasaban <strong>de</strong> vuelta los sepul­<br />

tureros y <strong>de</strong>más que acompañaron al cadáver.<br />

¿La habrán enterrado ya? No pue<strong>de</strong>n haber<br />

concluido tan pronto, dijo uno.<br />

—Vamos á verlo respondió Crespo, y cinco<br />

minutos <strong>de</strong>spués ya estaban escandalizando en<br />

la Iglesia y fastidiando á los <strong>de</strong>votos que se<br />

marchaban á paso redoblado. Solo un viejo tuvo<br />

valor para permanecer allí, y por no ser inter­<br />

rumpido en las oraciones que al Todo-Po<strong>de</strong>roso<br />

dirijia, se zambulló en un confesonario. Los al­<br />

borotadores lo observaron y con mucho silencio<br />

y disimulo le cerraron las portezuelas y venta­<br />

nas, que clavaron para mayor seguridad. La<br />

gente <strong>de</strong>spejó la iglesia, los calaveras tomaron<br />

el pendingue y el sacristán dio una vuelta á la<br />

llave y se fué <strong>de</strong>jando <strong>de</strong>ntro una muerta guar­<br />

dada en una caja y un vivo sepultado en un con­<br />

fesonario.<br />

El vivo era el buen don Agapito y la muerta<br />

era su hija Eduvigis que ya es hora do que diga­<br />

mos su nombre.<br />

Como las doce <strong>de</strong> la noche serian cuando un<br />

quejido lúgubre y penetrante, salido <strong>de</strong> hacia<br />

don<strong>de</strong> el cadáver estaba, vino á sacar al viejo <strong>de</strong><br />

su éxtasis. Su acalorada imaginación le dibujó<br />

mil visiones fantásticas en todos los ángulos <strong>de</strong>l<br />

templo. Aplicó su pupila á la rejilla <strong>de</strong>l confe­<br />

sonario, y solo vio una lámpara moribunda al<br />

re<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> la cual revoloteaban las lechuzas se­<br />

dientas <strong>de</strong>l aceite que gota á gota habia sorbido<br />

la torcida. El aletazo <strong>de</strong> una <strong>de</strong> ellas <strong>de</strong>jó á os­<br />

curas aquella mansión <strong>de</strong> horror, y segunda vez<br />

repitieron las bóvedas el triste eco <strong>de</strong> un gemi­<br />

do femenil.<br />

El viejo, antes cobar<strong>de</strong> y atolondrado, sacó<br />

fuerzas <strong>de</strong> flaqueza esta vez, rompió <strong>de</strong> un pu­<br />

ñetazo la rejilla <strong>de</strong> su prisión, y tentando aquí<br />

y tropezando allá, llegó á la mitad <strong>de</strong> la iglesia.<br />

Va no había luz en el templo ni luna en el hori­<br />

zonte, el tibio fulgor <strong>de</strong> las estrellas penetraba<br />

lánguidamente por las altas ventanas, esparcien­<br />

do <strong>de</strong>ntro ún crepúsculo vago é in<strong>de</strong>finible que<br />

apenas se diferenciaba <strong>de</strong> las tinieblas. Con tan<br />

escasa luz es imposible percibir un objeto apaci-<br />

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ble y sosegado; pero regularmente se nota el<br />

movimiento <strong>de</strong> los cuerpos. Don Agapito obser­<br />

vó que el <strong>de</strong>l ataúd levantaba la cabeza, y hubie­<br />

ra echado á correr sino temiera romperse las na­<br />

rices contra una tapia ó un facistol. Luego re­<br />

puesto <strong>de</strong> su sobresaltóse abalanzó al difunto,<br />

queriendo sujetarle por las piernas; pero no bien<br />

tocó en las plantas <strong>de</strong> los pies, cuando la joven<br />

amortajada dio un grito <strong>de</strong> rabia, y con un <strong>de</strong>­<br />

lirio inesplicable se precipitó en los brazos<br />

<strong>de</strong>l viejo gritando•• ¡ perdón 1 ¡perdón! ¡déjame<br />

vivir!!<br />

Don Agapito se quedó atónito, la que él creía<br />

muerta estaba viva y su voz le había herido en<br />

el alma: aquella voz lo tenia confuso, necesita­<br />

ba oír aquella voz, y sin embargo <strong>de</strong>sesperaba<br />

<strong>de</strong> volverla á oir, porque la joven estaba otra<br />

vez cadavérica, y no podía conocer á quien tan­<br />

to le interesaba porque la oscuridad no permitía<br />

divisar sus facciones.<br />

Poco <strong>de</strong>spués el padre y la hija se habian re­<br />

conocido, y esta contaba con lengua balbucien­<br />

te y apagada la <strong>de</strong>spedazadora historia que el<br />

viejo interrumpía con lágrimas y besos. «Lía te­<br />

nido esposa <strong>de</strong>cía ella, que no le ha vivido mas<br />

que veinte y cuatro horas. Esceptoyo, todas han<br />

sido millonadas, y á estas fechas me atrevo á<br />

jurar que no tiene un cuarto, porque entre el vi­<br />

no, el juego y sus <strong>de</strong>senfrenados placeres, es<br />

capaz <strong>de</strong> disipar mas <strong>de</strong> lo que pue<strong>de</strong> adquirir.»<br />

Pensaba el viejo, como la mayor parte <strong>de</strong> la<br />

gente, que para matarlas las daría un veneno ó<br />

un pinchazo en sitio que no se pudiera <strong>de</strong>scu­<br />

brir; pero Eduvigis reveló el secreto que nadie<br />

conocía contando la muerte que Crespo quiso<br />

darla.<br />

Dijo que <strong>de</strong>spués do atarla los brazos y las<br />

piernas al catre, protestando que era antojo, es­<br />

tuvo gran rato haciéndola cosquillas en las plan­<br />

tas <strong>de</strong> los pies que empezaban por rendirla y<br />

acababan por matarla. Sin duda asegurado <strong>de</strong> la<br />

infalibilidad <strong>de</strong>l medio, habia don Félix imagi­<br />

nado inevitable el fin, y esta seguridad le hizo no<br />

apretar tanto como tenia <strong>de</strong> coctumbre. Por ne­<br />

gocio <strong>de</strong> cuatro cosquillas menos resucitó la<br />

presunta muerta, y fué por la corte divulgado el<br />

secreto <strong>de</strong> matar mugeres.<br />

Avergonzado Crespo <strong>de</strong> sí mismo, no podia

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