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Í68.<br />

ro vagando su imaginación por regiones aéreas,<br />

sumerge su reloj en el agua , y contempla ma-<br />

quinalmenle el huevo para sacar el reloj bien<br />

cocido á los cuatro minutos,<br />

Cuando don Anacido encuentra en la calle aU<br />

guna pasiega que lleve en brazos algún niño <strong>de</strong><br />

sus amigos, se acerca con amabilidad á la pa­<br />

siega , la hace tiernas caricias, la da un beso, y<br />

luego dice al chiquillo : «dará usted un recado<br />

á los señores.»<br />

Jamás ha llevado don Anaclcto bien botonado<br />

el chaleco: regularmente coloca el primer botón<br />

en el tercer ojal.<br />

Un dia que <strong>de</strong>bió entrar no sé por qué negocio<br />

en uno <strong>de</strong> los aposentos <strong>de</strong> palacio, lo hicieron<br />

<strong>de</strong>jar el bastón á la puerta. A su salida estaba<br />

su bastón junto al <strong>de</strong>l mismo portero. Tomó el<br />

uno por el otro y se fué muy serio á pasear por<br />

el Prado hecho un tambor mayor.<br />

Aunque algunas distracciones suelen darle ma"<br />

los ratos á mi distraído, no es esto lo mas co­<br />

mún, pues generalmente suele distraerse don<br />

Anaclcto en provecho suyo. Si loma algo con sus<br />

amigos en el café, nunca es él el pagano. Si su<br />

casero no está muy á la mira <strong>de</strong>l vencimiento<br />

<strong>de</strong>l alquiler, á buen saguro que no será don<br />

Anacleto quien se acuer<strong>de</strong>.<br />

Seria no acabar si tratase <strong>de</strong> enumerar to­<br />

das las distracciones <strong>de</strong> mi héroe. Concluiré pues<br />

con la que lo ocurrió al pié <strong>de</strong> los altares cuando<br />

estuvo á punto <strong>de</strong> casarse, y por una <strong>de</strong> sus dis­<br />

tracciones acabó á monterazos, como suele <strong>de</strong>­<br />

cirse, la solemnidad <strong>de</strong>l acto.<br />

Don Anacleto se mandó hacer un traje <strong>de</strong> bo­<br />

da muy elegante. Estaban muy en boga los pan­<br />

talones ajustados; pero el sastre se los hizo tan<br />

estrechos á don Anacleto, que este estaba su­<br />

friendo lo que no es <strong>de</strong>cible mientras duraba la<br />

santa ceremonia. Maldita estrechez! <strong>de</strong>cia repe­<br />

tidamente entre dientes el novio cuando sentía<br />

el dolor que le causaban sus elegantes pantalo­<br />

nes. Yo estoy por lo ancho, anadia para sí el<br />

pobre don Anaclcto. En esto llegó el caso <strong>de</strong> ha­<br />

cer el cura al novio la pregunta <strong>de</strong> costumbre.<br />

¿Queréis por esposa á. doña Hortensia? y el<br />

pobre novio, á quien mas que nunca estaban<br />

atormentando sus pantalones, repitió : «¡No mas<br />

prendas estrechas! No quiero eso.» ¿Qué dice<br />

ese hombre? esclamaron todos atónitos, y él fi­<br />

gurándose estar entre los aprendices <strong>de</strong>l sastre,<br />

«sí señores, repetía colérico, yo no quiero eso :<br />

yo estoy por lo ancho , por lo ancho ;» y á con­<br />

secuencia <strong>de</strong> estas espresiones hubo una pelote­<br />

ra <strong>de</strong> San Quintín , y mí don Anacleto perdió una<br />

novia riquísima, por no ser aficionado á pantalo­<br />

nes angostos.<br />

WENCESLAO AYGÜALS DE lzco.<br />

ROMANCE.<br />

Juzgo yo que entre las muchas<br />

cosas que los hombres llaman<br />

calamida<strong>de</strong>s, hay una<br />

tan in<strong>de</strong>finible y rara,<br />

que aunque se piense sobre ella<br />

no es fácil calificarla.<br />

Si llora un padre á sus solas<br />

y mira su frente calva,<br />

lamentando noche y dia<br />

una esperanza frustrada,<br />

que le arrebató el sustenta

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