albii de

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Sonriese
al fuego...
vé luego
un gergon;
Le rompe
y encaja
de paja
un montón.
za treinta soldados, con un bizarro subteniente
á la cabeza. Venían entre filas cinco mugeres, y
de las cuales la mas vieja estrechaba un hermoso
!
niño entre sus brazos: eran, como indicaban su
aspecto y su ropage, cinco gitanas aventureras,
¡ que al dar con los soldados, fueron apresadas
'• por sospechosas, y conducidas á la aldea, por
: ser la mas cercana del camino.
Grande fué la sorpresa del oficial, hallando la
. plaza sola; y en medio aquella hoguera formida­
ble; pero cr»ció al cstremo, al ver u:ia muger
; Viva (grito un muchacho) la alcaldesa!
y se escuchó en los grupos — bien, muy bien!
y al agarrarse todos de su presa.
—muera la bruja!! se escuchó también.
Y ya en hombros de cuatro levantada,
para que todos la pudiesen ver,
apareció en el aire desmayada
la singular, cuanto infeliz muger.
Ya en alio, con afán la columpiaban,
para lanzarla desde allí mejor;
ya en el momento de arrojarla estaban...
cuando de pronto resonó un tambor.
:
desmelenada y sudorosa, que, con los brazos
! estendidos, salió á su encuentro demandando
l con voz enronquecida—socorro! socorro! — En
i breves palabras esplieó la infeliz el peligro emii
nente á que se viera espuesta, redoblando el
asombro del oficial, que se daba mil parabienes
por su llegada, tan oportuna entonces, á la al-
• dea, mostrando con el dedo á su protegida el
niño moribundo que aun abrigaba entre sus
! brazos la raplora A! ver la criatura lanzó la
:
tia Calandria un grito de gozo : — el hijo del alcalde!
prorumpió con acento estrepitoso; y
! arrancándosele con furor á la gitana, cubrió de
Y (hablando en prosa) todos creyeron inconti­ : besos el rostro de aquel niño, causa inocente de
nenti, que á ios conjuros de la bruja, venían por ¡ sus desgracias; y esto prueba, sin duda, los
el aire los demonios a libertarla de sus uñas; y elevados sentimientos de mi heroina.
abandonando el sacrificio, llenos de asombro, ¡ —Sien sospechaba yo de estas bribonas! es-
cocieron el tole por las calles, á esconderse caj clamó el subalterno con un taco; y dirigiéndose á
da hurón en su madriguera.
j la tia Calandria con dulzura — guiad, le dijo, a
A poco, batiendo marcha, entraron en la pla­
i casa-del alcalde, para que sepa el hallazgo de
i su.pimpollo, y reconozca vuestra- inocencia ,po-
' nieudo á estas malditas donde el sol no las alum­
bre. Mandó el alto a la tropa, y los dos se enca-
; minaron hacia el concejo, ella besando al niño
! con maternal ternura, y éi repitiendo con com-
| placeneia—he salvado una victima-!
i Peni ¡ay! otras víctimas, no menos inocentes,
J quedaban en peligro con la ausencia del oficial!
i Aludo á las gallinas (y esta alusión no es perso-
1
na!, sino gallinesca): las infelices aves, absor-
: tas y taciturnas, empinaban la gaita junio á la
pira, sin saber qué penfar do aquel suceso, ni
resolverse a decir una palabra; cuando el tam­
bor maldito reparando en ellas, las levantó en el
; aire, como una ristra, y á tan elocuente, ínsinua-
' c i orí, se acercaron en masa los soldados, prece-
1
didos del sargento ,
i que, por no quebrantar la disciplina,
i de, los soldados colocóse al frente,
para... agarrarse la mejor gallina !