albii de

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¡Que tempestad!... ¡Chis! ¡chis! ¡chis!
¡ Afuera, afuera! —¡El autor!
ver si es posible escurrir
_ mfe
el bulto.... Rabo entre piernas,
me abro paso hasta el pretil,
y entre la gente que chilla,
atravesando Madrid,
llego á mi casa., y me arrojo,
dicho en francés, sobre el lit,
que ya me tiene apurado
el fiero asonante en -i.
¿Hay mas males todavía?
Sí, resta mas cruda lid;
que tras la silba, ya veo
los periódicos venir,
En otros países un hombre célebre es un
monumento precioso, es una joya que los es-
tranjeros buscan con avidez, y los convecinos
señalan con el dedo en todas partes, como di­
ciendo : tengo la satisfacción de conocer á fu­
lano ó mengano ó perencejo, literato consu­
mado, artista notable ó aunque sea picapedre­
ro con tal que su mérito sea sobresaliente; por­
¡Qué salga!-No.—¡Pif! ¡pif! jpif!
—¿ Qué he de hacer ? Mejor será
y como ropa de pascua
me pone su folletín;
y si á contestar me atrevo,
crece mas su frenesí,
y contra mis huesos se arma
periodístico motin;
¡ que no puedo llamar necio
á quien me lo llama á mí!
Esto es hecho: no mas dramas;
afuera oficio tan ruin;
antes que á poeta cómico,
quiero meterme á alguacil.
ANTONIO GIL Y ZARATE.
que el orgullo de conocer y mas bien de hablar,
y mejor de ser amigo de una notabilidad, se
tiene en tanto casi como el participar dé su ge­
nio ó de su habilidad ; así como el haber vi­
sitado la Grecia, la Rusia y la Turquía parece
que le coloca a un hombre á la altura de los
Démostenos y de los Aristóteles en talento, ó de
los Mahumades y los Nicolases en dominio. De