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mas que estornude ó haga cosquillitas, y la infe­
liz se esfuerze para hincharse como la sanguijue­
la en el agua, si la caja está vacia se entrega á la
desesperación y se vuelve de color de fuego. La
nariz ciceroniana, esa nariz que luego sembró
por Italia un lujo inmoderado de nacices roma­
nas conceptuadas arquitectónicamente, donde
el rapé vuelve á estancarse, no se contenta con
un polvito de etiqueta, en que se gastan mas
cumplimientos que letra, sino que quiere un
polvo de continuidad, un círculo vicioso de pol­
vos , un abrir la caja...y sorber que es una glo­
ria. Esta nariz tiene su resorte; ejecuta ya una
barcarola cuando mirando al cielo ronca con voz
vibratta, ó de vez en cuando unos trinos sutiles
que empiezan en re grave y concluyen en si agu­
do, y es la que tal, para llevar sobre sus espal­
das unos anteojos que irán montados á la gru­
pa, habiendo media vara entre rostro y cristales.
Lejos de mí esas narices que están asidas de la
cara como restos de una cosa que existió ó exis­
tirá; yo quiero la nariz superlativa que cantó
con indecible gracia el picaresco Quevedo. A es­
ta nariz que, como dijo el festivísimo Fr. Ge­
rundio, ya estaba pronunciada antes de setiem­
bre, nariz espolón de una galera saluda mi po­
bre péñola en nombre délos grandes hombres,
cuyas grandes narices pasaron en grandes con­
tornos al gran siglo de las grandes revoluciones.
Esta es la nariz de mi devoción y para respetar
su sagrado y duradero pabellón porque
Mas contribuyen al rey
Con la nariz los gallegos,
Que los demás españoles
Juntos con todo su cuerpo. (1)
LAS LIGAS.
A. NEIKA.
El primer hombre fué Adán,
según la escritura reza,
y fué su cara consorte
también la muger primera.
Entonces no se estilaban
ni bastas, ni finas telas,
ni paños, ni barraganes-,,
ni muselinas, ni sedas,
ni patencures, ni cúbicas,
ni calcetines, ni medias;
nada de esto se estilaba,
pero se estilaban piernas.
Tampoco había zapatos,
y si punzaban las yerbas,
no habia mas que chillar ,
sentarse y tener paciencia.
Diz que los pobres abuelos
con ojas de parra, frescas,
cubrían su desnudez
porque les daba vergüenza.
La vergüenza es tan antigua
cual moderno el no tenerla,
la enterró el siglo pasado,
la pobrecita era vieja.
Mejor estamos así,
con esta libre franqueza
de mentir, á todo trapo,
de engañar á toda vela,
y al pudor que en paz descause
rezarle el réquiem elernam.
Cuando las ojas de rnarras
(1) i-ron DEL PARNASO por un tal Moralinlo ó
Moraleja, que en esto de nombres de los Arcades
poco ó nada reparo.