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392<br />

Todos saben lo que es un muñeco recien naci­<br />

do. Des<strong>de</strong> que abre los ojos, no hace mas que<br />

<strong>de</strong>sgañitarse llorando noche y dia, sin que nadie<br />

sepa por qué. Mas gran<strong>de</strong>cito tiene la misma<br />

gracia, con solo la diferencia que ya entonces se<br />

sabe por qué llora el angelito. Unas veces por­<br />

que tiene dolor <strong>de</strong> tripas, otras veces porque<br />

quiere que su nodriza le dé la teta, otras por­<br />

que se le antoja romper los cristales <strong>de</strong> los an­<br />

teojos <strong>de</strong> su padre, y otras en fin porque quiere<br />

que su madre le dé la luna que ve reflejaren al­<br />

gún arroyo. El gran Newton, tan aficionado co­<br />

mo era á averiguar el por qué <strong>de</strong> las cosas, hu-<br />

biérase dado por muy satisfecho siempre que<br />

uno <strong>de</strong> estos mocosuelos hubiese podido espli-<br />

carle elnor qué <strong>de</strong> su frecuente chillar.<br />

Cuando el niño entra en el segundo período,<br />

<strong>de</strong>l cual hemos hablado ya, estoes, la edad <strong>de</strong><br />

cinco á diez años, el que es <strong>de</strong> carácter alegre,<br />

comete sin cesar tan estrambóticas travesuras,<br />

que no hay aguante para ellas. La menor <strong>de</strong> ellas<br />

es atar á la cola <strong>de</strong> la perrita <strong>de</strong> su mamá un<br />

(f / 5<br />

La tierna madre, feliz y orgullosa at contem­<br />

plar la jovialidad <strong>de</strong> su prole, porque la joviali­<br />

dad es indicio <strong>de</strong> salud, rie y celebra las gracias<br />

<strong>de</strong> sus querubines; y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haberles <strong>de</strong>jado<br />

martirizarcompletamente al pacífico ciudadano,<br />

pucherito, y la <strong>de</strong>sgraciada (entiéndasela per­<br />

ra) corre con su batería <strong>de</strong> cocina por esas ca­<br />

lles <strong>de</strong> Dios hasta que suele ser víctima <strong>de</strong> las<br />

pedradas <strong>de</strong> otros angelitos no menos traviesos.<br />

Se me contestará que esta y otras travesuras son<br />

hijas <strong>de</strong> la mala educación. Verdad es; pero<br />

¿cuál es el niño que no esté mal educado? Fuer­<br />

za es, sin embargo, confesar que hay ciertos<br />

padres que no permiten á sus hijos moverse <strong>de</strong><br />

su lado, ni les <strong>de</strong>jan correr por las calles para<br />

abandonarse á los juegos <strong>de</strong> la infancia plebeya.<br />

Pero no por esto <strong>de</strong>jan los inocentes párvulos <strong>de</strong><br />

hacer ostentación <strong>de</strong> sus gracias. Que un caba­<br />

llero respetable por los años que cubren su riza­<br />

da peluca llega á hacer su visita á la mamá <strong>de</strong><br />

dos amables criaturítas. La niña empieza por<br />

empinarse por las piernas <strong>de</strong> aquel santo varón,<br />

y sentada en sus rodillas se divierte en estirarle<br />

su voluminosa nariz, mientras el señorito se<br />

sube por el respaldo <strong>de</strong> la silla, y levantando la<br />

peluca <strong>de</strong>l paciente, le escupe en su venerable<br />

calva.<br />

dice al cabo <strong>de</strong> una hora: «Hijos míos, no scals<br />

molestos; acabareis por enojar tal vez á este ca­<br />

ballero.» V el caballero se ve obligado á contes­<br />

tar : «<strong>de</strong>je usted que se diviertan.»<br />

La felicidad <strong>de</strong> esta tierna madre <strong>de</strong>smiente el

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