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<strong>de</strong> estar allí, notó Pancracio que el vestido <strong>de</strong> su j dor <strong>de</strong>l último crepúsculo divisó Enriqueta los<br />

esposa por <strong>de</strong>tras crecía y se acortaba por <strong>de</strong>lan- i<br />

te. iQué felicidad! Como el objeto que les <strong>de</strong>te­<br />

nia en Galicia se habia ya conseguido, regresa­<br />

ron inmediatamente á Barcelona, don<strong>de</strong> con an­<br />

siedad estuvieron aguardando el dia <strong>de</strong>l bautizo.<br />

El padre <strong>de</strong> Enriqueta <strong>de</strong>bía ser padrino y ma­<br />

drina la madre <strong>de</strong> Pancracio, á la cual mandó<br />

este al efecto una buena cantidad <strong>de</strong> dinero para<br />

que se presentase con lucimiento á sacar <strong>de</strong> pila<br />

al futuro fruto <strong>de</strong> su amor.<br />

Según cálculos <strong>de</strong> Pancracio, que <strong>de</strong>bemos<br />

suponer exactos, (dijo el hombre gaceta que<br />

en 4 <strong>de</strong> enero <strong>de</strong>l año pasado estaba refiriendo<br />

esta anécdota en el café <strong>de</strong>l Espejo,) ayer entró<br />

Enriqueta en el sétimo mes <strong>de</strong> su embarazo. Sa­<br />

bidos son los <strong>de</strong>seos estravagantes y singulares,<br />

caprichos <strong>de</strong> una mujer embarazada, los cuales<br />

son tantos mayores, cuanto mas fácilmente con<br />

ellos se transige. Pancracio, tratando á toda cos­<br />

ta <strong>de</strong> impedir un aborto que hubiera aguado las<br />

esperanzas <strong>de</strong> toda su vida, accedía á los anto­<br />

jos <strong>de</strong> su esposa con una docilidad <strong>de</strong> que no hay<br />

ejemplo en los anales matrimoniales, y si alguna<br />

vez manifestaba no hallarse dispuesto á doble­<br />

garse á alguna exigencia <strong>de</strong>masiado repugnante,<br />

su mujer le hacía ce<strong>de</strong>r á la fuerza amenazándo­<br />

le con el aborto. A esta palabra terrible Pancra­<br />

cio sentía erizársele el pelo y <strong>de</strong>spegársele la<br />

carne <strong>de</strong> los huesos , y le faltaba valor para la<br />

resistencia. ¡Cuánto abusaba Enriqueta <strong>de</strong>l do­<br />

minio feroz que <strong>de</strong>bía á esta amenaza! Largo<br />

seria enumerar todos los abusos <strong>de</strong> autoridad <strong>de</strong><br />

Enriqueta no menos que los ejemplos <strong>de</strong> con<strong>de</strong>s­<br />

cen<strong>de</strong>ncia que ha dado el buen Pancracio, y que<br />

el hombre gaceta refirió con aplauso <strong>de</strong> sus<br />

oyentes; por lo que yo en obsequio á la breve­<br />

dad, me contentaré con esponer uno que vale<br />

por todos, y que tiene la circunstancia <strong>de</strong> ser<br />

el mas reciente.<br />

En la tar<strong>de</strong> <strong>de</strong>l dia en que entró Enriqueta en<br />

el sétimo mes <strong>de</strong> su embarazo salió á paseo con<br />

su esposo, por haberla aconsejado los médicos<br />

que hiciese diariamente un rato <strong>de</strong> ejercicio mo­<br />

<strong>de</strong>rado para precaver el aborto. Ya casi era no­<br />

che, cuando volviendo á su casa por una <strong>de</strong> las<br />

muchas travesías que <strong>de</strong>sembocan en la magní­<br />

fica calle <strong>de</strong>l Condado! Asalto, al tibio resplan­<br />

tristes <strong>de</strong>spojos <strong>de</strong> un galo muerto. También las<br />

miradas <strong>de</strong> Pancracio tropezaron con aquella as­<br />

querosa carroña y se <strong>de</strong>sviaron con horror. Co­<br />

mo es natural, los dos esposos siguieron a<strong>de</strong>­<br />

lante su camino; pero apenas habían dado cua­<br />

tro pasos cuando Enriqueta, exhalando un sus­<br />

piro, dijo: —| Ay Pancracio ! ¿no has visto?<br />

¿no has visto, Pancracio? — ¿Qué? respondió<br />

este.—-¿No has visto cuatro pasos atrás, en la<br />

acera <strong>de</strong> la <strong>de</strong>recha, un conejo muerto? —No<br />

tal, si es un gato. — ¡ Ay ! ¡ un gato 1 ¡ qué gusto!<br />

Vamos á buscarle, Pancracio. — ¿Estás loca?—<br />

Vamos á buscarle. — Pero, mujer... — ¡ Vamos á<br />

buscarle ó aborto! Pali<strong>de</strong>ció Pancracio; retroce­<br />

dió los pasos que le separaban <strong>de</strong>l fétido cadá­<br />

ver; le asió lo menos que pudo con solo dos <strong>de</strong>­<br />

dos; le <strong>de</strong>spegó <strong>de</strong> la acera, y lo presentó á su<br />

esposa, revelando sus ascos con un gesto que<br />

no se pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>finir. Hizo que su esposa acelerase<br />

el paso todo lo posible para llegar pronto á casa<br />

y <strong>de</strong>spren<strong>de</strong>rse <strong>de</strong> aquella carga inicua que le<br />

pesaba mas que una ca<strong>de</strong>na, sin augurar el <strong>de</strong>s­<br />

dichado las nuevas calamida<strong>de</strong>s que le aguarda­<br />

ban. Apenas se habia Enriqueta quitado la man­<br />

tilla, cuando la dijo Pancracio: — ¿Qué quieres<br />

que haga <strong>de</strong> este animalito? ¿dón<strong>de</strong> quieres que<br />

lo echemos?— ¡Echarlo, dices! ¿estás en tu jui­<br />

cio? corre, Pancracio, con él á la cocina, <strong>de</strong>sué­<br />

lalo , limpíalo bien y fríelo.—¡ Cómo! ¿quieres

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