PERSPECTIVAS 128 - International Bureau of Education - Unesco
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culturales, históricos y afectivos, los estados-nación se han empeñado en unificar todo el<br />
territorio implicado en torno a una cultura –particularmente expresada en una lengua–, es<br />
decir, en torno a una historia, una religión, una legislación, unos símbolos y unos sentimientos<br />
únicos. Así hay que interpretar el surgimiento de los Estados de Francia, España, Italia,<br />
Alemania, Gran Bretaña y tantos otros. Los resultados han sido diversos según los regímenes<br />
políticos y la capacidad de resistencia de las naciones afectadas. Esta diversidad de resultados<br />
se ve ahora reflejada en los distintos niveles de descentralización política en que se<br />
estructuran esos Estados, así como en los distintos grados de inserción de las naciones<br />
minoritarias en su interior: Bélgica, Gran Bretaña y España serían países avanzados en este<br />
terreno, mientras que Francia apenas ha iniciado una tibia descentralización administrativa,<br />
sin reconocimiento <strong>of</strong>icial de la existencia de culturas diversas en su seno.<br />
No se trata de hacer ahora una evaluación política de los distintos Estados europeos o<br />
de otros de América, África y Asia que podrían citarse, sino tan sólo de constatar las<br />
diferencias existentes al respecto dentro de la Unión Europea, unión que se está llevando a<br />
cabo con la casi exclusiva voz de los Estados, que son quienes tienen presencia <strong>of</strong>icial en los<br />
órganos de decisión política. La propuesta de construir una Europa de las Regiones, que<br />
respetaría mucho más la diversidad de naciones existentes, choca con la oposición frontal de<br />
los Estados de mayor tradición centralista y la de aquellos que, como España, temen el<br />
fortalecimiento de las diferencias nacionales existentes en su seno.<br />
¿Tiene sentido el nacionalismo en educación?<br />
Ya se ha mencionado la prudencia que debe guardarse frente a los sentimientos nacionalistas<br />
dadas sus eventuales consecuencias indeseables, pero también cabe advertir que esto es tan<br />
válido cuando el concepto de nación coincide con el de Estado como cuando se trata de una<br />
nación que carece de Estado propio, ya sea porque está repartida entre varios, ya porque<br />
forma parte de un Estado plurinacional. 1 La cuestión fundamental sería entonces la siguiente:<br />
¿tiene sentido el cultivo de un sentimiento nacional (con todo lo que esto supone de<br />
identificación a una cultura específica) en un mundo planetarizado, donde caen las barreras de<br />
las fronteras políticas y culturales? Si hemos de formar ciudadanos del mundo, ¿no habría que<br />
superar los límites del apego a las culturas minoritarias –“locales”, dirían algunos– en<br />
beneficio de miradas más amplias?<br />
Antes de responder, quizás convendría recordar una primera constatación bastante<br />
evidente. Las dudas sobre la conveniencia de un fomento del nacionalismo surgen sobre todo<br />
cuando se trata de una nación sin Estado propio, porque pocos se atreven a proponer<br />
públicamente la conveniencia de dejar de ser francés, danés, griego, británico o español para<br />
ser más universal y, en cambio, el debate suele centrarse sobre la pertinencia o no de ser<br />
corso, escocés, catalán o vasco. Sólo contados autores, como Popper, 2 se han pronunciado en<br />
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