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PERSPECTIVAS 128 - International Bureau of Education - Unesco

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la modernidad, recordando que “en su apogeo, todas las civilizaciones dominantes han<br />

impuesto su modernidad a las demás” (Lewis, 2002, pág. 207).<br />

En la práctica, afrontamos hoy en día una ecuación difícil de resolver: la modernización<br />

se percibe, tanto en el mundo occidental como fuera de él, como una occidentalización<br />

(Leclerc, 2000, págs. 324 y 475). Lo que se está poniendo en tela de juicio es el riesgo de<br />

despersonalización, un riesgo real en el que insisten mucho los custodios –legítimos o<br />

usurpadores– de la “Tradición”. Al mismo tiempo, la modernización técnica se ha convertido<br />

en una mercancía que se disfruta o que se busca a diario, al menos desde el punto de vista de<br />

la igualdad del acceso al bienestar material que procura. No obstante, en este sentido resulta<br />

difícil generalizar y, precisamente, el combate del “nuevo orden económico internacional” ha<br />

tropezado con este escollo. El acceso a esos bienes ha resultado costoso y pocos países fuera<br />

de Occidente tienen los medios o la voluntad de pagar ese precio. El objetivo y la dificultad<br />

de todo diálogo es reflexionar sobre los medios prácticos precisos para desdramatizar esta<br />

relación que provoca frustración.<br />

La cuestión de la modernidad frente a la modernización está estrechamente vinculada<br />

con la del laicismo. Remite, entre otras cosas, a una polarización en torno a la culpabilidad de<br />

la religión como factor de rechazo de la modernidad, si bien algunos analistas recuerdan que<br />

el retorno a la pureza religiosa promovido por el protestantismo, a favor de la Reforma, había<br />

subyacido a la aparición del agente de desarrollo en Occidente.<br />

En realidad, el debate sobre el desarrollo va más allá de las consideraciones religiosas,<br />

pues si los países del Sur, comprendidos los de América Latina, tienen problemas debidos a la<br />

inexistencia o a la escasez de transferencia de tecnologías, las razones estriban en otro lugar.<br />

Sería beneficioso que el diálogo permitiese imaginar un laicismo de coexistencia, antes que<br />

explicar las dificultades mediante la relación entre religión, tradición y modernidad y<br />

considerar que ésta es incompatible con la ausencia de laicismo. No se debe culpar a los<br />

demás, dado que el laicismo propugnado por Occidente se fundamenta en creencias religiosas<br />

y/o ideológicas que se consideran superiores a las otras espiritualidades y las minusvaloran en<br />

nombre del progreso, llevando a algunos pueblos a convertirse en rehenes de las reacciones de<br />

rechazo y defensa, a veces sobrestimadas –por estar politizadas–, de tradiciones de repliegue.<br />

Podemos, pues, observar que las categorías dominantes del pensamiento contemporáneo<br />

pueden en sí contribuir a obstaculizar un acercamiento pacífico entre los pueblos. De ahí la<br />

importancia de enfrentarlas para expurgarlas de su carga etnocentrista, de relativizarlas y<br />

demostrar la necesidad de volver a enfoques recíprocos más modestos y preferir una<br />

solidaridad bien entendida a una guerra entre civilizaciones con la que la Civilización corre el<br />

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