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La miseria del populismo (1986) - Aníbal Romero

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García Márquez es un excelente escritor, y no dudo de la sinceridad de sus<br />

convicciones políticas, ni de sus intenciones positivas de <strong>La</strong>tinoamericano. <strong>La</strong><br />

estatura literaria, no obstante, no es garantía de lucidez política, y estoy<br />

persuadido de que la posición ideológica de García Márquez, que hunde sus<br />

raíces en una percepción poético-romántica de América <strong>La</strong>tina, debe ser<br />

cuestionada a fondo por dos razones principales: En primer lugar porque<br />

nuestra realidad política debe ser asumida en forma descarnada, como un<br />

producto esencialmente nuestro, sin ilusiones falsas y distorsiones<br />

acomodaticias que usualmente atribuyen a otros la culpa de nuestros males, y<br />

esperan -al menos parcialmente- de otros la solución de nuestros problemas.<br />

En segundo lugar creo que hay que criticar la posición política de García<br />

Márquez porque la alternativa que propone para América <strong>La</strong>tina no es capaz de<br />

lograrlos objetivos de liberación interna y exterior, desarrollo económico y<br />

respeto a los derechos humanos a que aspira.<br />

García Márquez comete el error de asumir la política con el lenguaje y el estilo<br />

de la ficción literaria. Pero la política y la fábula son asuntos distintos. <strong>La</strong><br />

confusión <strong>del</strong> mito con la realidad de las cosas en el terreno político es un mal<br />

congénito entre los revolucionarios latinoamericanos. ¿Cómo olvidar las fútiles<br />

frases <strong>del</strong> Che Guevara antes de emprender su trágica aventura boliviana?:<br />

“Otra vez siento bajo mis rodillas el costillar de Rocinante... Vuelvo al camino<br />

con la adarga al brazo”. Por duro que sea admitirlo, es indiscutible que el<br />

cementerio de los soñadores está congestionado de cadáveres provenientes de<br />

nuestro continente.<br />

En su discurso al recibir el Nobel, García Márquez se ubicó nítidamente dentro<br />

de esa tradición interpretativa sobre la América <strong>La</strong>tina. En síntesis, el escritor<br />

colombiano sostuvo tres, puntos: 1) Los <strong>La</strong>tinoamericanos tenemos una esencia<br />

especial, diferente, propia, que carece de parangones y no tiene similitud con la<br />

de otros, y esa esencia particular exige parámetros de análisis y esquemas<br />

conceptuales distintos a los que se usan para entender la evolución histórica y<br />

la realidad sociológica y política de otros pueblos. 2) Nuestros sufrimientos y<br />

desventuras son también especiales en su naturaleza y dimensiones, y son en<br />

buena parte el producto de la manipulación que otros ejercen aprovechándose<br />

de nuestra ingenuidad y debilidades. 3) <strong>La</strong> racionalidad ni nos pertenece ni nos<br />

conviene: tenemos que medimos con otros patrones y según otros criterios.<br />

Todo esto quedó plasmado en la exposición de García Márquez: América<br />

<strong>La</strong>tina, dijo, es “una patria inmensa de hombres alucinados y mujeres<br />

históricas, cuya terquedad sin fin se confunde con la leyenda”; nuestro<br />

continente es “una realidad descomunal”, por esto los “Poetas y mendigos,<br />

músicos y profetas, guerreros y malandrines, todas las criaturas de aquella<br />

realidad desaforada hemos tenido que pedirle muy poco a la imaginación,<br />

porque el desafío mayor para nosotros ha sido la insuficiencia de los recursos<br />

convencionales para hacer creíble nuestra vida”. <strong>La</strong> violencia y el dolor de<br />

nuestra historia son “desmesurados”, por ello “no es difícil entender que los<br />

talentos racionales de este lado <strong>del</strong> mundo (Europa)... se hayan quedado sin un<br />

método válido para interpretarnos. Es comprensible que insistan en medimos<br />

con la misma vara con que se miden a sí mismos, sin recordar que los estragos<br />

de la vida no son iguales para todos”...

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