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La miseria del populismo (1986) - Aníbal Romero

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Así, es usual en nuestros días contemplar a líderes tercermundistas que han<br />

contribuido a producir verdaderos desastres en sus propios países -como<br />

Nyerere de Tanzania, Manley de Jamaica, y Pérez de Venezuela-, dando largos<br />

y estridentes discursos en los más diversos foros internacionales en contra de la<br />

explotación que ejerce el mundo industrializado sobre nuestras naciones. Estos<br />

-y otros- dirigentes son sin embargo incapaces de exhibir el más mínimo<br />

sentido autocrítico y señalar hasta qué punto las políticas internas que ellos<br />

mismos han ideado y promovido han contribuido a obstaculizar el progreso<br />

material de sus pueblos, o a echar por tierra lo poco o mucho que se hubiese<br />

logrado antes de que sus pésimas administraciones lo derribasen.<br />

Los teóricos de la dependencia jamás se refieren a las obvias y cruciales<br />

realidades de tipo sicológico, social, e institucional que en gran número de<br />

países <strong>del</strong> Tercer Mundo cierran -en ocasiones decisivamente el paso al<br />

progreso material. No obstante, como indiqué previamente, el hecho es que en<br />

amplias regiones <strong>del</strong> Tercer Mundo los determinantes personales y sociales <strong>del</strong><br />

éxito económico y la productividad tienen escasa difusión, y con frecuencia -y a<br />

pesar de las exhortaciones y esfuerzos de transformación- muchas personas<br />

rehúsan abandonar creencias, costumbres y tradiciones que obstaculizan su<br />

progreso material. Por lo demás, como ya lo he afirmado, los seres humanos<br />

tenemos concepciones y aspiraciones diferentes, y hay gen te que prefiere<br />

colocar en plano muy subordinado el objetivo de alcanzar mayor prosperidad<br />

material, y dar prioridad a otras metas. Tal preferencia no parece ni<br />

injustificada ni reprensible en su contexto. Lo que sí es injustificado es la<br />

tendencia a presumir que -como lo hace el igualitarismo internacional- los<br />

requerimientos de la gente son básicamente los mismos en todas partes, y que<br />

sus capacidades, valores, aptitudes y creencias son relativamente uniformes y<br />

por lo tanto las diferencias materiales entre diversas sociedades e individuos no<br />

son producto <strong>del</strong> juego de determinantes personales, sociales e institucionales<br />

sino de meros accidentes o de la explotación. Tal ausencia de sofisticación<br />

intelectual, y su renuencia a investigar los componentes sicológicos, sociales e<br />

institucionales <strong>del</strong> progreso económico reducen considerablemente las<br />

pretensiones de validez explicativa de la teoría de la dependencia.<br />

A los obstáculos al progreso material existentes en numerosas naciones<br />

tercermundistas se suma la tendencia, predominante en la así llamada<br />

economía <strong>del</strong> desarrollo, a asumir que el camino más idóneo para superar tales<br />

barreras es la estatización de la economía y no la creación de un contexto de<br />

oportunidades económicas que despierte -en la medida que ello sea posible- la<br />

ingeniosidad, competitividad y espíritu de superación de las personas, para así<br />

abrir espacio a la probabilidad de que la gente, enfrentada a la alternativa de<br />

capturar una ventaja económica, la tome. Esta probabilidad, que Hicks<br />

denomina el “principio económico”, (18) no funciona-desde luego- con la misma<br />

intensidad en todos los ambientes, pero como principio de acción es, creo,<br />

mucho menos demagógico, costoso y coercitivo, y mucho más eficaz, que la<br />

_____________<br />

(18) J. R. Hicks, Causality in Economics, Blackwell, Oxford, 1979,p. 43

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