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La miseria del populismo (1986) - Aníbal Romero

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En las actuales circunstancias, la evidencia indica que el mundo políticopartidista<br />

venezolano, sin excepciones, enfoca el presente y el futuro de<br />

Venezuela casi exclusivamente en función de sus propios intereses,<br />

constituyéndose en un sistema clientelista que olvida el destino <strong>del</strong> país y<br />

tiende a dar la espalda a la realidad nacional. Los principales partidos políticos<br />

son los responsables primarios -aunque no los únicos de lo que está ocurriendo<br />

y puede ocurrir con Venezuela, y a ellos corresponde, en primer término, dar<br />

pasos de rectificación. Esto no puede hacerse sin autocrítica, sin una honesta<br />

aceptación de las fallas y limitaciones propias como medio de aprendizaje y<br />

cambio. En este sentido es lamentable percibir la autocomplacencia de la<br />

dirigencia política nacional, su falta de capacidad crítica, su disipación de<br />

energías en confrontaciones superficiales que no explican nada y sólo conducen<br />

a una cada vez más turbia lucha por migajas de poder. Toca entonces a los<br />

partidos políticos limpiar su propia casa, pues tal y como ahora se encuentran,<br />

tal y como ahora funcionan, no pueden generar los recursos intelectuales y<br />

morales para responder el desafío histórico de una nación que podría ser un<br />

ejemplo de dignidad, progreso y estabilidad, y que de hecho está sumida en el<br />

pesimismo, el desconcierto, y la frustración.<br />

Un nuevo liderazgo para la democracia tiene que ser realista y ganar el coraje<br />

de decir la verdad, con confianza en la capacidad de respuesta de nuestro<br />

pueblo. Hay que plantearle al país metas de renovación que despierten la<br />

solidaridad y el apoyo de la gente, pero no en base a la demagogia y la<br />

creación de expectativas falsas sino en función de la lucidez y el sentido de la<br />

realidad. Decía Hannah Arendt que en política “<strong>La</strong>s mentiras son con frecuencia<br />

mucho más aceptables y llamativas a la razón que la realidad, pues el<br />

mentiroso tiene la gran ventaja de conocer de antemano lo que la audiencia<br />

quiere o espera oír. Al elaborar su historia para consumo público, trata<br />

cuidadosamente de hacerla creíble. En cambio la realidad tiene el<br />

desconcertante hábito de enfrentarnos a lo inesperado, para lo cual no estarnos<br />

preparados” (2) Es por esto que el camino de la mentira es el camino fácil y que<br />

arroja dividendos a los inescrupulosos. El sendero difícil es el de la verdad y el<br />

realismo político, y aquí se encuentra el reto clave para un dirigente, el punto<br />

desde donde se traza la línea divisoria entre el mero manipulador y el estadista.<br />

Básicamente, existen tres categorías de líderes políticos. En primer lugar<br />

están los profetas, que se consideran poseedores de verdades absolutas,<br />

aspiran a una sociedad ideal, propugnan verbalmente cambios radicales, son<br />

intolerantes ante la crítica y están siempre dispuestos a emprender los más<br />

ambiciosos proyectos y apagar los mayores costos en aras de sus creencias. En<br />

segundo lugar se encuentran los manipuladores, que adoptan un estilo<br />

pragmático y mecánico, se someten -con una mezcla de avidez y resignación- al<br />

lado abyecto <strong>del</strong> poder, abandonan todo intento serio de reforma y esconden<br />

tras el silencio, la retórica o la fraseología mordaz la falta de sustancia en sus<br />

propósitos.<br />

_______________<br />

(2) H. Arendt, Olses of the Republic, Penguin, Harmondsworth, 1971 p.32

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