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La miseria del populismo (1986) - Aníbal Romero

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supere las fallas de una democracia en obvia situación de descomposición y<br />

crisis. Tal proyecto tendría que levantarse sobre una visión alternativa <strong>del</strong> país<br />

que tenemos, de nuestra posición en el mundo y de la Venezuela que<br />

deberíamos tratar de construir; y esa visión, para decirlo en pocas palabras,<br />

tendría que fundamentarse en la aceptación de que somos un pequeño Estado,<br />

de importancia relativamente marginal en las relaciones internacionales, cuyos<br />

problemas – al menos por ahora- superan nuestras capacidades de gestión, y<br />

de que debemos actuar a la vez con modestia y realismo, con un acertado<br />

equilibrio entre la audacia y la prudencia, convencidos de que el desafío<br />

principal es interno y de que sólo nosotros mismos, con nuestros propios<br />

esfuerzos, podemos salir <strong>del</strong> atolladero.<br />

“Toda sociedad”-escribió en una ocasión Henry Kissinger- “puede alcanzar un<br />

punto en su proceso evolutivo en el que corre el riesgo de haber agotado todas<br />

las posibilidades de innovación inherentes en su estructura. Una vez alcanzado<br />

este punto la sociedad pierde su capacidad de adaptación, y tarde o temprano,<br />

no importa cuán poderosa o estable sea en apariencia, comenzará a<br />

desintegrarse. El colapso de las naciones se debe entonces a dos factores: la<br />

rigidez interna y el deterioro en la habilidad de sus líderes para dirigir el curso<br />

de los eventos.” 2 ¿Ha llegado Venezuela a este punto?,¿se han agotado en<br />

nuestra democracia las potencialidades de la innovación política? Francamente,<br />

no lo creo así. Sin embargo, hay que tener claro que existen importantes<br />

obstáculos para el surgimiento y difusión de ideas nuevas que rompan los<br />

esquemas <strong>del</strong> pasado y abran perspectivas de renovación a nuestra sociedad y<br />

sistema político. Aquí vale la pena complementar la observación de Kissinger<br />

con un agudo párrafo de Hayek, según el cual, “El político de éxito le debe su<br />

poder al hecho de que se mueve dentro de los esquemas aceptados de<br />

pensamiento, y de que piensa y habla de acuerdo a los patrones<br />

convencionales. Sería casi contradictorio que un político fuese a la vez un líder<br />

en el terreno de las ideas. Su tarea en una democracia es descubrir cuáles son<br />

las opiniones que tiene la mayoría, en lugar de abrirle paso a nuevas opiniones<br />

que podrían hacerse mayoritarias en un futuro lejano”. De acá se deriva un<br />

grave problema para un sistema como el nuestro, que es el de la reducción<br />

progresiva en su capacidad de innovación intelectual en el terreno político. No<br />

se trata tan sólo de que en una democracia la mayoría puede en ocasiones<br />

estar equivocada, sino también -y esto es lo relevante para mi argumento- que<br />

buen número de veces esa mayoría tiende a estar desinformada respecto a la<br />

naturaleza y desarrollo real de las situaciones, se siente confusa y hasta<br />

desinteresada ante la complejidad de los problemas políticos y económicos, y<br />

busca en sus dirigentes las respuestas que requiere. Pero si estos últimos, a su<br />

vez, lo que desean es adaptarse el más extendido denominador común en el<br />

público, ¿de qué manera pueden entonces surgir ideas y planteamientos<br />

originales frente a los retos que tiene la nación?<br />

El dilema esbozado se hace aún más agudo en tiempos de tensión como los<br />

que ahora vive Venezuela, pues es precisamente en tales circunstancias cuando<br />

se necesitan con mayor urgencia proposiciones renovadoras ante los problemas<br />

2 Henry A, Kissinger, The Necesity for Choice, Chatto and Windus, London, 1960,p. 303

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