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La miseria del populismo (1986) - Aníbal Romero

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<strong>La</strong>s expectativas a que acá me refiero no cubren la totalidad de las demandas<br />

que la que hace en su vida individual, sino exclusivamente aquéllas que sean<br />

satisfechas en el mercado político a través de la acción <strong>del</strong> gobierno. Del<br />

análisis de Schumpeter puede inferirse que la dinámica inherente proceso<br />

democrático acrecienta si sistemáticamente este último tipo expectativas -es<br />

decir, las <strong>del</strong> mercado político- hasta un punto en que electores prácticamente<br />

esperan que el gobierno les resuelva la mayor parte de los problemas y afronte<br />

exitosamente el conjunto de retos nacionales; y todo ello es exigido por el<br />

electorado sin una considere detallada de la complejidad de los asuntos, su<br />

relación con los disponibles, y los posibles costos de las alternativas existentes.<br />

Como señalé antes, el aumento de las demandas y expectativas ciudadanas<br />

es en buena medida el producto de la irresponsabilidad de políticos, al divulgar<br />

ofertas electorales y estimular esperanzas que lugar de agudizar el sentido de la<br />

realidad en la gente lo erosionan evidente que la democracia venezolana ha<br />

venido funcionando sobre mecanismo. Cada ronda electoral renueva el largo<br />

catálogo de promesas por parte de los líderes políticos de los principales<br />

partidos, quienes aseguran que -si tan sólo tenemos la inteligencia de elegirlos-<br />

conducía la nación por senderos de bienestar y progreso incesantes. Por su las<br />

promesas sólo se cumplen en parte, o de ninguna manera, pero ganar<br />

elecciones -se piensa- es siempre necesario ocultar la realidad carece de<br />

sentido decir con claridad cuáles son los costos que se te que pagar para<br />

alcanzar las cimas de satisfacción generalizada que ofrecen en los torneos<br />

electorales. Ello sólo se conoce al final <strong>del</strong> período presidencial, cuando la<br />

explicación de los fracasos que daos por la esperanza de un cambio de<br />

gobierno.<br />

El desgaste institucional y la pérdida de credibilidad a que nos conduce la<br />

mecánica de las promesas rotas y las expectativas falsas deberían ser obvias<br />

para todos los venezolanos, en particular para los dirigentes nacionales. En una<br />

situación de abundancia como la que vivió Venezuela por dos décadas,<br />

alimentar el mecanismo de las promesas y expectativas artificiales era<br />

irresponsable pero no excesivamente peligroso. En las condiciones que han<br />

venido perfilándose en tiempos recientes, sin embargo, los riesgos de que la<br />

demagogia genere una grave crisis política son demasiado elevados. En otras<br />

naciones democráticas las instituciones <strong>del</strong> sistema pluralista tienen tal fortaleza<br />

que su sustitución se hace no sólo impracticable sino hasta inconcebible, pero<br />

no ocurre así en Venezuela. En nuestro país, la continua decepción de las<br />

expectativas creadas en cada período electoral está produciendo un perceptible<br />

y creciente deterioro en la credibilidad de un sistema que ha suscitado gran<br />

apoyo, pero que se ha mostrado incapaz de responder con eficiencia ante los<br />

desafíos históricos de una nación en desarrollo y con envidiables recursos. Y es<br />

que la credibilidad -particularmente en las circunstancias populistas imperantes<br />

en Venezuela- está en función de los recursos, no de la capacidad efectiva de<br />

los gobiernos. En países pobres y atrasados, de los que tenemos varios<br />

ejemplos en <strong>La</strong>tinoamérica, culpar a los dirigentes por los males sociales tiene a<br />

veces algo de injusto: simplemente, las cosas sólo pueden mejorar muy<br />

lentamente pues no existen los medios para hacerlo de otra forma. Pero en<br />

Venezuela sabemos que existen grandes recursos materiales, y además por

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