La miseria del populismo (1986) - Aníbal Romero
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Pienso -como Popper- que el punto de partida de la democracia y de una<br />
sociedad abierta, es decir, libre, es la constatación de la falibilidad humana, o<br />
para expresarlo de otra forma, el reconocimiento <strong>del</strong> hecho que, como<br />
humanos, somos imperfectos y podemos equivocamos. Aún nuestro<br />
conocimiento científico sobre la realidad no es más -ni menos- que la mayor<br />
aproximación a la verdad existente en un momento dado, y no sólo no está<br />
exento de errores sino que existe siempre la posibilidad de que las teorías que<br />
hoy se consideran válidas sean mañana superadas por otras. Esta es la base de<br />
la libertad: la convicción de nuestra falibilidad y la voluntad de tolerar otros<br />
puntos de vista y aceptar que las otras personas busquen sin imposiciones sus<br />
propios fines de acuerdo a sus conocimientos y aspiraciones. <strong>La</strong> consecuencia<br />
de estos principios en el terreno político es enorme, pues el propósito de la<br />
ciencia política no debe en ningún momento ser el de sugerir que los seres<br />
humanos tenemos la habilidad y conocimiento para organizar y dirigir el todo<br />
social de acuerdo a fines predeterminados y según nuestra voluntad, sino más<br />
bien mostrarnos las limitaciones de nuestro control, e indicarnos que somos<br />
partes de un todo muy complejo que ha evolucionado en términos que escapan<br />
a los caprichos de dominación de individuos particulares.<br />
A lo largo de la historia, y también en nuestro tiempo, numerosos pensadores<br />
y actores políticos han creído que la racionalidad, la lógica y la perspectiva<br />
científica indican que la sociedad, para funcionaren forma adecuada, debe<br />
someterse a un control centralizado y autoritario y ser planificada como un<br />
todo. Tal opinión, además de conducir a la tiranía, descansa sobre una imagen<br />
completamente equivocada de la ciencia, pues la racionalidad, la lógica y la<br />
perspectiva científica más bien apuntan hacia una sociedad abierta y pluralista,<br />
donde puntos de vista opuestos e incompatibles puedan expresarse y los<br />
individuos puedan perseguir propósitos muy diversos. En esta sociedad las<br />
personas deben tener la posibilidad de someter a crítica racional y constructiva<br />
las proposiciones de otros, muy particularmente las <strong>del</strong> gobierno, y en tal<br />
sociedad debe ser posible cambiar las políticas gubernamentales (y los<br />
gobiernos) a la luz de la crítica y sin violencia, a través de elecciones celebradas<br />
regularmente. (17)<br />
<strong>La</strong> diferencia fundamental entre la democracia y la tiranía se encuentra<br />
entonces en el hecho de que la democracia, al contrario de la tiranía, permite<br />
sustituir a los gobiernos sin el uso de la violencia. Además, una sociedad<br />
democrática hace posible que los conflictos se resuelvan a través de los<br />
argumentos racionales y la persuasión, en lugar de la coacción y la fuerza.<br />
Desde luego, puede decirse –como hace Schumpeter que en la práctica la<br />
argumentación racional juega un papel de poca importancia en la política<br />
democrática, pero el punto que debe enfatizarse es que, al menos, una<br />
sociedad abierta permite que la racionalidad, el sentido crítico y la persuasión<br />
cumplan el rol que les asigna una concepción humanista y no-represiva de la<br />
política, aunque no puede garantizar que tal función se realice a plenitud y con<br />
resultados siempre óptimos.<br />
___________________<br />
(17) Véase: Bryan Magee, Popper, Fontana, London, 1973, pp. 77-78