La miseria del populismo (1986) - Aníbal Romero
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competencia y la libertad económica en general como progenitoras de la<br />
innovación, el cambio y el progreso. Por esto, y en lo que respecta a nuestro<br />
caso, en términos económicos lo que está planteado ahora es menos, no más<br />
intervencionismo, más libertad económica, aliento a las fuerzas <strong>del</strong> mercado y<br />
desmantelamiento gradual –en base a la experiencia, y con ajustes progresivos-<br />
de la economía estatizada y el correspondiente monstruo burocrático que de<br />
ella se alimenta.<br />
El Estado venezolano es una especie de pulpo que controla la economía,<br />
domina la política, moldea la sociedad, impregna la cultura, maneja la<br />
información, permea el medio ambiente, dicta sin parar pautas y reglamentos,<br />
es, en fin, omnipresente y pegajoso y determina la vida de casi toda la<br />
población, pero sin embargo no puede hacer cumplir sus propias leyes. He aquí<br />
su paradoja: tenemos un Estado en apariencia omnipotente, pero que es<br />
fundamentalmente débil en lo decisivo: la capacidad de sancionar a los que<br />
violan sus reglas.<br />
<strong>La</strong> pregunta importante es ésta: ¿hasta qué punto es tal debilidad real o<br />
tan sólo aparente? Bien sabemos que en <strong>La</strong>tinoamérica es tradicional que<br />
países con las Constituciones más liberales y democráticas vivan bajo<br />
regímenes esencialmente autoritarios y represivos. <strong>La</strong> distancia entre los<br />
objetivos proclamados y los propósitos efectivos es un rasgo común en la<br />
actitud de nuestros gobernantes, y el <strong>populismo</strong>, entre otras cosas, conduce<br />
precisamente a crear reglas para que sean rotas. <strong>La</strong> idea es, por un lado,<br />
cohesionar un movimiento amplio en base a promesas generalizantes e<br />
imposibles, y por otro lado hacerse de la vista gorda ante la violación de esas<br />
reglas por parte de los sectores dominantes en la estructura clientelar.<br />
Hasta ahora, ese mecanismo paradojal ha funcionado con éxito político<br />
en Venezuela, con altos costos y graves consecuencias para el país como un<br />
todo, pero con gratificantes resultados para el sistema clientelista. No obstante,<br />
ya las cosas van llegando a un punto en extremo peligroso, digan lo que digan<br />
los eternos -y a veces falsamente ingenuos- optimistas. <strong>La</strong> democracia<br />
venezolana, para sobrevivir con dignidad, debe encaminarse en una dirección<br />
no-populista, fundamentada en el respeto al ordenamiento legal y la eficaz<br />
sanción a su incumplimiento.<br />
En tal sentido, otra de las líneas de acción claves que debe adoptarse<br />
cuanto antes por parte de los que se encuentran a la cabeza de nuestra<br />
dirigencia política, tiene que ver con la reforma <strong>del</strong> sistema de administración<br />
de justicia en Venezuela. Me refiero por un lado alas leyes y reglamentos que<br />
establecen la normativa legal en diversos órdenes de la vida ciudadana -<br />
incluyendo, desde luego, el económico-, y por otra parte al aparato concreto de<br />
evaluación y sanción, es decir, los tribunales y cortes de justicia -lo que<br />
denominamos el poder judicial. Allí está la columna vertebral de un Estado de<br />
Derecho capaz de sostener un sentido de disciplina, el respeto mutuo entre los<br />
ciudadanos, la libertad, la equidad y la eficiencia. En nuestro país este aparato,<br />
tanto en su teoría como en su práctica, es pesado, lento, quejumbroso,<br />
complicado, y es indispensable hacer las leyes más accesibles y comprensibles