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La miseria del populismo (1986) - Aníbal Romero

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Por último se hallan los estadistas, caracterizados por su conciencia de los<br />

límites de la acción política, convencidos sin embargo de la necesidad de<br />

avanzar pero sin sacrificios y costos innecesarios, orientándose decididamente<br />

hacia la eliminación de los males de la sociedad pero sin depositar por ello<br />

irrestricta confianza en sus proyectos de transformación total, rápida y radical<br />

para alcanzar la perfección.<br />

Estas tipologías <strong>del</strong> liderazgo se corresponden a ciertas visiones de la política.<br />

El profeta representa el utopismo social, le guían los dogmas y es capaz -de<br />

todo para lograr sus objetivos. El manipulador encama la mediocridad, el miedo<br />

al riesgo, la idea de la política como un terreno de superficiales confrontaciones<br />

personalistas. El estadista asume la vía de la reforma, de la ingeniería social<br />

paulatina, armado de convicciones que le permitan, a la vez, detener las<br />

utopías <strong>del</strong> profetismo y superar la parálisis de los manipuladores. El estadista<br />

es un realista pero no un mediocre, tiene convicciones profundas pero es ajeno<br />

a los dogmas, pretende cambiar la realidad pero no sueña con la perfección.<br />

<strong>La</strong> democracia venezolana ha producido numerosos profetas y<br />

manipuladores, pero muy pocos estadistas. Esto es así porque se trata de una<br />

democracia de corte populista cuya cultura política genera inevitablemente<br />

entre la ciudadanía y sus líderes una sistemática aspiración al profetismo, los<br />

macroproyectos, las ilusiones ficticias. Una vez en el poder los dirigentes y<br />

partidos políticos devienen manipuladores, acosados por sus múltiples y<br />

contradictorios compromisos, aprisionados por una red de complicidades que se<br />

extiende a todos los niveles sociales y corroe los mecanismos de división y<br />

equilibrio de poderes, deteriora el sistema de justicia, alimenta vanas<br />

expectativas y lleva eventualmente las crisis hasta un punto de ebullición y<br />

ruptura que significa el quiebre <strong>del</strong> pluralismo, la pérdida de fe en un juego<br />

político libre y la veloz diseminación de la tentación autoritaria.<br />

Hasta ahora los profetas y manipuladores han imperado en la historia política<br />

nacional. Dentro de la democracia, se han caracterizado por ofrecer grandes<br />

cambios y ni siquiera acometer, una vez en el gobierno, reformas básicas<br />

dirigidas a suprimir de manera gradual pero resuelta los graves problemas que<br />

aquejan al país. Por el contrario, cada día aumenta la sensación de fracaso, de<br />

que no se avanza, de que las administraciones democráticas han perdido muy<br />

valiosas oportunidades de transformar nuestra economía rentista en una<br />

economía productiva afianzando, a la vez las libertades ciudadanas. En esta vía<br />

decadente y de indudable deterioro profetas y manipuladores cometen tres<br />

errores esenciales: Por una parte, el eterno recomenzar, la negación <strong>del</strong><br />

pasado, la supresión de lo que les antecede, el impulso de empezar siempre<br />

desde cero en un esfuerzo que erosiona la continuidad histórica en la vida<br />

política <strong>del</strong> país. Por otra parte, el error de jamás admitir las equivocaciones<br />

propias, de situarse más allá <strong>del</strong> bien y <strong>del</strong> mal, de despreciar las críticas de<br />

amigos y adversarios y desconocer la falibilidad humana. Por último, quizás el<br />

más grave de todos, el error que consiste en la incapacidad para contemplar el<br />

abismo y apartarse de él, incapacidad para percibir la decadencia de un orden<br />

social hondamente desequilibrado y de una economía postiza, y la fragilidad de<br />

un régimen que no castiga la corrupción, fomenta la superficialidad en el<br />

debate, se aventura en planes de desarrollo de una ambición absolutamente

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