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La miseria del populismo (1986) - Aníbal Romero

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las mentes de la población, la confianza en que, a pesar de todos los<br />

problemas, la nación avanza, hay un futuro, y existen perspectivas concretas de<br />

un mañana mejor.<br />

Lo que realmente preocupa de la actual situación venezolana es la sensación<br />

generalizada -que aún no encuentra una expresión política definida- de que<br />

vamos de mal en peor, de que estamos fracasando, de que no merece la pena<br />

cifrarse esperanzas en el futuro, y de que todos nuestros partidos y líderes<br />

políticos son igualmente ineficientes y corruptos. El escepticismo se ha<br />

apoderado de Venezuela; vivimos una época de gran desconfianza colectiva, un<br />

tiempo de desgaste de las ideas y de los hombres que han conducido nuestra<br />

democracia hasta el presente. El terreno está abonado para la innovación, y<br />

ésta, de alguna manera y en libertad, debe producirse antes de que sea tarde.<br />

Lo que Venezuela requiere no es una revolución que trastoque el sistema,<br />

sino un proceso de rectificación y de reformas firmes y decididas, guiadas por<br />

una concepción distinta de la política democrática. Como con acierto señala<br />

Popper, las revoluciones lo que hacen es sustituir los vicios <strong>del</strong> pasado por<br />

otros, ¿y quién garantiza que los nuevos vicios sean mejores? ‘<strong>La</strong> teoría de la<br />

revolución” -nos dice- “pierde de vista el aspecto más importante de la vida<br />

social: que lo que requerimos tanto hombres buenos como buenas<br />

instituciones. El poder puede corromper aun al mejor de los hombres; pero<br />

instituciones que hacen posible que los gobernados ejerzan alguna forma de<br />

control efectivo sobre los que les gobiernan pueden llevar a los malos<br />

gobernantes a realizar lo que los gobernados consideren en su mejor interés. 0,<br />

dicho de otra manera, quisiéramos tener buenos gobernantes, pero la<br />

experiencia histórica nos muestra que es poco probable que los obtengamos,<br />

de allí la importancia de diseñar instituciones que impidan aún a los malos<br />

gobernantes causar demasiado daño”. (22) Este, a mi modo de ver, es un<br />

pensamiento de gran importancia en todo intento de evaluar acertadamente las<br />

limitaciones de la política y de la democracia; no obstante, tiene el defecto de<br />

atribuir a los líderes políticos una casi innata propensión al error y la<br />

demagogia. Lo que Popper olvida -y que Schumpeter lúcidamente reveló- es<br />

que las propias instituciones de la competencia democrática pueden en ciertas<br />

condiciones dar origen a un proceso de desgobierno y distorsión de las<br />

expectativas ciudadanas, si no existe una visión realista y responsable de la<br />

política que las controle. Popper habla de la importancia de una actitud racional<br />

que sirva de guía a la acción política, es decir, una actitud que conceda especial<br />

valor a la argumentación y la experiencia como principios de acción, y que<br />

rechace el dogmatismo y la demagogia. Esto es básicamente lo que se requiere<br />

de un liderazgo democrático que crea verdaderamente en la libertad. Si bien no<br />

debemos depositar toda nuestra confianza en la suerte de tener buenos<br />

gobernantes, tampoco es razonable suponer que la política se reduce a la<br />

demagogia.<br />

______________<br />

(22) K. Popper, The Open Society and Its Enemies, Vol. 2, pp. 230-231

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