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La miseria del populismo (1986) - Aníbal Romero

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El peligro que traté de esbozar en páginas precedentes se refiere a la elevada<br />

posibilidad de que el camino populista que ha venido siguiendo la democracia<br />

venezolana, nos conduzca paulatinamente al deterioro y eventual abandono de<br />

los valores mencionados. Ahora me propongo evaluar un mo<strong>del</strong>o alternativo de<br />

democracia, y afrontar directamente la pregunta de si es posible, en nuestras<br />

condiciones, desarrollar un estilo y una sustancia democrática no-populistas,<br />

que nos enrumben por una dirección diferente de sólida libertad política y<br />

efectivo progreso económico. En este orden de ideas, mi primer objetivo será<br />

discutir el dilema de la relación entre la democracia y el crecimiento de las<br />

expectativas ciudadanas, es decir, el problema de la tendencia inherente a los<br />

sistemas democráticos -y en particular a los partidos políticos- a generar<br />

esperanzas excesivas en la ciudadanía en cuanto a las posibilidades de<br />

mejoramiento rápido y continuo de sus condiciones de vida, así como a<br />

aumentar constantemente las expectativas en cuanto a la habilidad de los<br />

gobiernos para manipular la economía y la sociedad de acuerdo a nietas y<br />

planes preestablecidos.<br />

Mi punto de partida es el análisis presentado por el economista y sociólogo<br />

Joseph Schumpeter en su notable libro de 1942, Capitalismo, Socialismo y<br />

Democracia. En esta obra, Schumpeter formula una definición en extremo<br />

moderada y poco ambiciosa de la democracia como un “método” o “arreglo<br />

institucional para alcanzar decisiones políticas, de acuerdo al cual un conjunto<br />

de individuos (los gobernantes) adquieren “el poder de decidir mediante una<br />

lucha competitiva por el voto popular” .(3) Según Schumpeter, la teoría clásica de<br />

la democracia, que la define como un método para tomar decisiones políticas<br />

“que realizan el bien común’,a través de la participación popular en la elección<br />

de individuos que son responsables de implementar esa “voluntad general%<br />

carece de asidero en la realidad de las cosas. Esto es así, argumentaba, pues<br />

no existe un “bien común’ en tomo al cual todos los ciudadanos estén de<br />

acuerdo o puedan llegar a compartir a través de la persuasión racional: “Ello no<br />

se debe principalmente a que algunas personas deseen cosas distintas alo que<br />

se entienda como ‘bien común’, sino sobre todo al hecho de que tal ‘bien<br />

común’ significará cosas distintas para diversos grupos e individuos”. (4) Por otra<br />

parte, apuntaba Schumpeter, aún si lográsemos <strong>del</strong>inear un “bien común<br />

‘suficientemente preciso y aceptable para todos –como por ejemplo el principio<br />

utilitario de la máxima satisfacción económica- esto no implicaría que pudiesen<br />

obtenerse respuestas definidas y similares de los ciudadanos ante cuestiones<br />

específicas. <strong>La</strong>s opiniones sobre éstas podrían diferir hasta el extremo de<br />

producir disensiones básicas en tomo a los fines globales <strong>del</strong> “bien común’: “<strong>La</strong><br />

salud puede ser deseada por todos pero la gente difiere sobre las vacunaciones,<br />

la vasectomía, etc.” (5) Por último, y a consecuencia de lo anterior, la noción de<br />

que existe una “voluntad general” no tiene validez.<br />

____________________<br />

(3) Joseph Schumpeter, Capitalism, Socialism and Democracy, Allen & Unwin, London (fifth<br />

edition), 1976 p. 269<br />

(4) Ibid., p. 251<br />

(5) Ibid., pp. 251-2

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