La miseria del populismo (1986) - Aníbal Romero
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diferentes a las desigualdades que existen en las sociedades socialistas o<br />
autoritarias en general. En el primer caso, si se trata de sociedades<br />
democráticas con una vigorosa economía de mercado, se generarán<br />
desigualdades que serán principalmente producto de fuerzas impersonales, de<br />
las diferencias en talento y productividad de las personas; las sociedades<br />
colectivizadas, en cambio, producen desigualdades que son el resultado de<br />
jerarquías políticas inflexibles y de mecanismos económicos sometidos a una<br />
dirección centralizada En este caso las desigualdades son consecuencia de<br />
estructuras que aplastan al individuo; en una sociedad libre las desigualdades<br />
se derivan <strong>del</strong> funcionamiento de estructuras que dejan espacio al individuo<br />
para el despliegue de sus potencialidades. Esta, lamentablemente, no es la<br />
situación existente en Venezuela,’a causa <strong>del</strong> estatismo y la excesiva influencia<br />
partidista, que crean privilegios clientelares en todos los ámbitos de la vida<br />
ciudadana.<br />
Desde luego, un Estado democrático tiene el deber moral de ocuparse de los<br />
miembros más débiles e infortunados de la sociedad. Mas esta protección <strong>del</strong><br />
Estado a los menos favorecidos debe canalizarse en el sentido de contribuir a<br />
crear el marco institucional -económico, jurídico, y educativo- que permita a las<br />
personas superarse por sí mismas. Esto es distinto a los programas de<br />
redistribución de la riqueza de que hablan muchos de nuestros políticos. En la<br />
práctica, y en particular dentro de nuestro contexto populista, esos “programas<br />
distributivos” se transforman en un proceso totalmente arbitrario en el que un<br />
grupo reducido de políticos y funcionarios públicos traspasan caprichosamente<br />
recursos de unos grupos de la población a otros. <strong>La</strong> intensificación de los<br />
llamados programas distributivos engendraría una gran desigualdad en las<br />
atribuciones y usos <strong>del</strong> poder político en favor de quienes controlasen el<br />
aparato de transferencia de recursos. Esas personas tendrían entonces el<br />
camino abierto para explotar dicho poder y concederse a ellas mismas<br />
privilegios materiales”. (24) Esto es, de hecho, lo que ha ocurrido en todas<br />
partes donde el Estado, en lugar de estimular una economía de mercado y un<br />
marco jurídico de leyes y reglas comunes y de igual aplicación para el conjunto<br />
de la ciudadanía, ha acrecentado sistemáticamente su poderío económico y sus<br />
atribuciones distributivistas -y Venezuela no es, como sabemos, una excepción.<br />
Nuestro problema esencial no es la injusta distribución de la riqueza sino la<br />
existencia de una economía y una mentalidad nacional rentistas que le cierran<br />
el paso a un desarrollo efectivo, y contribuyen decisivamente al deterioro de<br />
nuestro orden político.<br />
En suma, si bien admito que la idea de justicia social tiene un contenido<br />
intuitivo que responde en muchos casos a la honesta y legítima inquietud por<br />
las desigualdades e infortunios de que padecen gran número de venezolanos,<br />
creo, también, que hay que evitar caer en ingenuidades en el análisis de un<br />
problema clave para el país, que es el de la vía más eficiente para enfrentar<br />
___________<br />
(24) Dubuc, “El Programa”..., p. 17.