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DESCARGAR TOMO-3.pdf - Cinosargo

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EL LOCO<br />

cas berenguelas. Hubiérase dicho ser el ambiente una<br />

gigantesca telaraña de arcoiris en un caleydoscopio enorme.<br />

En eso el Inca tocó otra piedra, giró el muro y de la<br />

tiniebla del antro, al son de una música vaga, salieron doce<br />

hermosas mistas, admirablemente ataviadas, que después<br />

de saludar de hinojos al monarca le hicieron sentar<br />

en una especie de trono de oro purísimo y sin labrar, engarzado sí<br />

de gemas del oriente mejor; luego le cambiaron<br />

el vestido de lana burda con una malla de vicuña, tejido<br />

con hilos de oro y plata, y con su faldellín de oro, fino<br />

cual de seda; las ojotas de cuero por sandalias de oro<br />

con incrustaciones de esmeraldas y rubíes. En seguida se<br />

puso en pie el soberano y le acomodaron al hombro el manto<br />

imperial. Entonces el monarca tomó su cetro de una ban<br />

deja sostenida por una mista más hermosa que un deseo<br />

en los ensueños.<br />

Acto seguido tocó otra piedra y se abrió otra parte<br />

del muro, de cuya profundidad salía un torrente de luz<br />

que me deslumbró con fulgor de hornaza o de aurora.<br />

Descendimos doce escalones más hasta una rotonda que parecía<br />

entretejida por los más inauditos colores del iris, mientras que<br />

unas voces misteriosas repetían: —Salve al Emperador!— El<br />

recinto hubiérase dicho un temblor inaudito<br />

de luz formando densa malla, en tanto que el ambiente<br />

se saturaba de un aroma embriagador. Y sonaba una<br />

música dulcemente callada y triste a la vez que aparecían<br />

doce indios cullacas viejos, empujando una especie de balsita<br />

de dos asientos, en los cuales nos acomodamos; yo a<br />

la izquierda. Luego se abrió en el suelo una puerta; y ante<br />

mis ojos se abrió un abismo sin fondo...<br />

EL INCA (serenamente)<br />

En esta balsa hemos de resbalar en ese precipicio,<br />

ochocientos metros de a setenta por ciento de declive, para<br />

luego, en fuerza de la velocidad, subir seiscientos. Y estamos<br />

en la capital imperial, en las entrañas del Illimani,<br />

en la sagrada Kgorichuima.<br />

Acto seguido los cullacas nos vendan ojos y boca con<br />

finísimas bufandillas de lana embalsamada. Luego siento<br />

— 1115—

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