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ARTURO BORDA<br />

pechos restalla el grito de ¡Tierra! Colón cae de rodillas.<br />

La tripulación se aferra en jarcias y vergas las velas y espera<br />

anhelosamente la aurora. Así la luz iba disipando<br />

lentamente las tinieblas. La espectación de los corazones<br />

era indecible. De tal modo, poco a poco, ante la vista de<br />

todos el misterio de un nuevo mundo se iba concretando<br />

en una isla poblada de gente desnuda y pacífica en la zona<br />

ecuatorial, bajo las frondas de una naturaleza asombrosamente<br />

prolífera. El primero que de su chalupa saltó a<br />

tierra fue Colón, llevando en la diestra el lábaro de Isabel<br />

y Fernando con el signo de la cruz, y cayendo de rodillas<br />

en la arena, humildemente gozoso la regó con sus lágrimas<br />

en plena aurora. Después de orar nombró a la isla, San<br />

Salvador.<br />

Entonces aquella tripulación rebelada días antes cayó<br />

a los pies del Almirante, vencida por la silenciosa superioridad<br />

del genio que prosterna las conciencias en su<br />

misma rebelión. Y viendo el Descubridor el candor infantil<br />

de los autóctonos que sin desconfianza se familiarizaron<br />

instantáneamente, ofreciendo su pan de tapioca, sus aves,<br />

sus frutos y sus adornos de oro que llevaban los hombres<br />

en las orejas y la nariz, y las mujeres, a manera de ajorcas<br />

y collares, en sus piernas y cuello, los llamó indios, creyendo<br />

estar en la India, al otro lado de] Japón. Después,<br />

despertada la codicia de los marinos, las carabelas se<br />

internaron gallardamente en el laberinto del archipiélago,<br />

recibiendo, por donde iban, la más solícita hospitalidad.<br />

Así llegan a Cuba, donde principia la verdadera<br />

historia de infamias de los españoles a Colón; pues Alonso<br />

Pinzón pretende desertar de la Pinta para volver a España<br />

y anunciar la nueva, robando de ese modo la gloria del<br />

Descubridor; pero, ignorante y sin genio, se extravía en el<br />

archipiélago. Mas el agradecimiento del gran hombre disimuló<br />

esa ingratitud de envidioso. Pero fue otro ingrato,<br />

un florentino, Américo Vespucio, que mediante la indiferencia<br />

de la Corona roba el derecho del nombre al continente.<br />

Más tarde desembarcaron en la isla Santo Domingo.<br />

Los caciques y el pueblo les dieron hospitalidad, no como a<br />

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