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EL LOCO<br />

Pasado algún tiempo habían reunido en los<br />

Campos de Marte miles de traidores, los cuales a la sazón<br />

se hallaban empalados y listos para la ejecución.<br />

Parecían gigantes en país de pulgarcitos. Entonces uno<br />

de los generali-llos habló así, adelantándose:<br />

— ¡Traidores! ¡Traidores! Nada más repugnante que<br />

llamaros ¡traidores!<br />

¿Qué hay nada más infame que la historia o<br />

cuento de Judas Iscariote que por un feble traiciona a su<br />

Dios?<br />

De todo se puede defender el hombre, menos de un<br />

traidor; porque él duerme elucubrando su infamia al amparo<br />

de nuestro techo. Así, alimentándose en nuestra<br />

mesa, solicita hipócritamente nuestras confidencias, para<br />

entregarnos indefensos al enemigo.<br />

El traidor es... Pero ¿qué más infame ha de ser<br />

que ser traidor? ¡Oh, traidores... ¡Traidores!<br />

La vocecita del gener aullo era tan amarga y se<br />

hacía tan enorme, que costaba trabajo alcanzar la<br />

magnitud infamante de aquel su grito, al cual respondía<br />

la innúmera soldadesca, como si fuese la tierra quien<br />

dijese: — ¡Oh, los traidores! — Y comenzó el fuego<br />

graneado de mostacilla imperceptible. Los infames al<br />

principio apenas si sentían algo así como el azote de un<br />

ventarrón cargado de arenilla: tan finas y en tal magnitud<br />

eran las balitas de los liliputienses. Pero duraba tanto y<br />

tanto, que al fin, al igual de un simún cargado de arena<br />

candente en el Sahara, fue gironeando primeramente sus<br />

ropas, mientras que los traidores, aquellos traidores, reían<br />

burlescamente de los enanillos. Así, el fuego graneado de<br />

la fusilería fue desgarrándoles lentamente la epidermis,<br />

hasta que más tarde quedaron descarnados. Entonces<br />

empezó la angustia de los criminales.<br />

Pero el azote de aquel casi invisible fuego<br />

graneado iba carcomiendo incesante y dolorosamente la<br />

carne de<br />

*<br />

— 1539 —

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