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ARTURO BORDA<br />

En el espacio las dos fuerzas, divina y maligna,<br />

saturadas del egoísmo más nefando, luchan subdivididas en<br />

todas las conciencias, desgarrando los espíritus, aniquilando<br />

en la duda los cerebros, lacerando los corazones y<br />

entristeciendo la carne; luchan como fieras, como locos, como<br />

criminales, pensando sólo en sí, desorganizando con<br />

cada movimiento el orden de los seres, de las cosas y de<br />

las fuerzas. El mundo se puebla de lacerias y duelos; el<br />

espacio, de congojas, de ayes, de suspiros y de sollozos,<br />

mientras que las potencias célicas e infernales continúan su<br />

combate cuerpo a cuerpo, salvaje, infamemente, revolando<br />

en el espacio o arrastrándose en tierra, jadeando sordamente<br />

con rumor de cataclismo.<br />

Entre tanto en el mundo se desata una guerra que<br />

deja tendales de muertos, millones de huérfanos, miles de<br />

millones de heridos, miles de millones de neuróticos y millares<br />

de locos rematados; miles de millares de mujeres paren<br />

millones de degenerados entre los lamentos de la humanidad<br />

que perece de hambre y con mil pestes. Todos los<br />

neuróticos y los locos se alimentan de cadáveres en<br />

putrefacción, lanzando agudas carcajadas, repitiendo: —¡Siglo<br />

XX! ¡Aja, já, já! ¡Siglo XX!— Ante semejante espectáculo<br />

experimento la más inmensa alegría, porque siento<br />

que mis maldiciones se cumplen en gran escala.<br />

En eso noté que me moría de asfixia y fatiga. Mi<br />

cuerpo cayó agonizando, mientras que mi espíritu se erguía<br />

enorme, furioso y potente a la vez que incrédulo; y<br />

tomando mi propio cuerpo por los tobillos comenzó a darlo<br />

contra las rocas. El cráneo se hizo añicos: saltaron mis<br />

sesos, los ojos y los dientes; mis brazos colgaban rotos y<br />

desarticulados, sueltos a modo de látigos. Con mi cuerpo<br />

así, cual Sansón con la quijada de burro, exterminé alegremente a<br />

la humanidad; luego di de firme al Demonio y a<br />

Dios que —y es tal su encono— reaparecieron siempre luchando<br />

inútilmente. Yo redoblo la tunda con mi cuerpo a<br />

guisa de látigo; mas ellos continúan peleando. De pronto<br />

en los ensueños de la humanidad se oye un estertor infinito<br />

y sordo que resuena en todos los cráneos y desciende<br />

tristemente al fondo de los corazones. Con mi cuerpo<br />

ensangrentado y laxo, como trapo mojado, moliendo con ca-<br />

— 1024 —

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