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EL LOCO<br />

hombres, sino que como a dioses. Poco después levaron<br />

anclas. El piloto de la carabela en que iba el almirante, en la<br />

noche dirige, con siniestra intención, el barco contra los<br />

escollos, entre los cuales se deshace al combate de las olas;<br />

mientras tanto salta a tierra con parte de la tripulación y<br />

huye, suponiendo que Colón moriría fatalmente; pero el<br />

loco, perdonando a los canallas, salvó a los náufragos suyos.<br />

El cacique Guacanagari y su pueblo lloraron el desastre,<br />

atendiendo como a hermanos a los extranjeros náufragos.<br />

Colón escribe a propósito a Isabel y Fernando: —No<br />

existe en el universo mejor nación ni mejor país. Aman al<br />

prójimo como a sí mismos; usan siempre lenguaje dulce<br />

y agradable, y en los labios tienen constantemente una<br />

tierna sonrisa. Desnudos van, es verdad, pero les viste su<br />

decencia y candor.— Además, les obsequiaron coronas y<br />

mil objetos de oro. Más todavía. Viendo cómo ante aquel<br />

metal se dibujó en los extranjeros el gesto de la pasión<br />

ávidamente feroz, sonriendo el cacique les da el derecho<br />

de las minas.<br />

EL REGRESO<br />

Colón vuelve a la península, salvando una tempestad<br />

en las Azores, y después que los portugueses pretenden<br />

asesinarlo, no obstante que con sus relatos les abre el campo<br />

para sus conquistas. En España le reciben como a semidiós,<br />

al ver el oro que derramaba a raudales. La Corona<br />

mediante un tratado le hace dueño de la cuarta parte de las<br />

tierras que descubra y de las rentas que den.<br />

SEGUNDA EXPEDICIÓN<br />

Leva anclas el marino, arrastrando una escuadra en<br />

la que se desgalga España. El más ilustre que va en ella es<br />

Alonso de Ojeda, paje que fue de doña Isabel, y que un<br />

día, por hazmerreír de la Reina que subió a la torre más<br />

alta de Sevilla, a ver la ciudad, bailó sobre una viga de la<br />

Giralda. Llegan a Santo Domingo y ve Colón la fortaleza<br />

de la guarnición que había dejado, la aldea del cacique, todo<br />

abandonado, en ruinas. Por todas partes la desolación.<br />

Los españoles habían violado a las mujeres, pasando a<br />

degüello a los esposos, todo por sed de oro, sometiendo por te-<br />

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