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ARTURO BORDA<br />

o las luces en mis vigilias, acerca de los enigmas que me<br />

preocupan, adquieren formas extraordinarias, asediándome<br />

tenazmente, con la impertinencia con que en mi desesperación<br />

indago en ellas.<br />

Las religiones, las ciencias y las filosofías me acosan<br />

lo mismo que las industrias y las sociedades. Son tumultos<br />

de innúmeras muchedumbres frenéticas. Hay voces<br />

que me horrorizan con sus revelaciones; una me dice: —Tu<br />

padre es tísico y Presidente del Supremo Tribunal<br />

de Justicia; tu madre es Hermana de Caridad y leprosa. Tú<br />

eres loco.— Y las muchedumbres ríen perversamente.<br />

Después otra voz me grita: —Tu madre es una gran matrona<br />

sifilítica y tu padre un Obispo neurótico; por eso eres loco.—<br />

Risotadas en el público. Luego otra vez me silba al<br />

oído: —Tu padre es asesino y tu madre, idiota. Tú eres<br />

cretino; loco eres.— En seguida, en la rechifla general se<br />

oye decir: —Eres loco, porque tu madre es ramera del bajo<br />

fondo y tu padre es el último degenerado de la nobleza;<br />

fuiste engendrado en borrachera, por casualidad, a oscuras,<br />

sin amor, por vicio, en iniquidad, en cansancio y con<br />

asco.— Risotadas en el tumulto. Me tapo las orejas; pero<br />

otra voz más potente, a semejanza del trueno, grita: —Tus<br />

padres son millonarios, de noble alcurnia aborigen, santos<br />

y sanos. Son víctimas de una infamia; es decir, que te<br />

buscan llorándote sin tregua, porque te robaron cuando<br />

eras niño. Y tú no eres loco; es la maldad y la ignorancia<br />

humanas que pretenden trastornarte.— Y en el tumulto<br />

estalló un tremendo japapeo entre el cual se oía voces<br />

que gritaban diciendo: —Hay que hacer un lío las ideas y<br />

los sentimientos de este idiota; ojala reviente para que<br />

tengamos algo con qué divertirnos.— A lo que sigue un<br />

silencio largo de muerte.<br />

Me prosterno, orando en silencio, sin saber a quién.<br />

Y desaparecen las muchedumbres. Pero al instante veo en<br />

el espacio dos masas, que iguales a nubes o montes, luchan<br />

entrecruzándose. Y uno de ellos, el Maligno, se internó en<br />

el cuerpo del otro, que era Dios. Ambos bufan, chillan y<br />

se retuercen. Con su agitación trastornaron el mundo.<br />

Mientras tanto yo reía a mandíbula batiente, a modo de un<br />

niño que mirase estúpidas maravillas en un inmenso ca-<br />

— 1022 —

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