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EL LOCO<br />

ciano llegó enfermo a la península, cargado de hierros, como<br />

vil criminal, una inmensa congoja ahogó a todos los<br />

pechos. Y cayeron sus cadenas ante las lágrimas y a los<br />

pies de la Reina Isabel, en los días en que Vasco de Gama<br />

merced a Colón descubría el Sudeste de América, por el<br />

cabo de Buena Esperanza. Por esta causa, convencido ya<br />

Colón de la redondez del mundo, a pesar de sus dolencias<br />

y vejez, propone otra expedición que nuevamente patrocina<br />

la Reina, venciendo la eterna indiferencia de don Fernando.<br />

ULTIMA EXPEDICIÓN<br />

A los setenta años de edad parte por última vez el<br />

Almirante. Arrastrado por una tempestad llega a la Colonia<br />

y pide auxilio al gobernador Ovando, quien le niega.<br />

Por eso abandona aquella tierra. Y, pasando por Jamaica,<br />

aborda en la bahía de Honduras. Durante sesenta días es<br />

el juguete de la tempestad, en la cual pierde un barco y<br />

cincuenta hombres. Luego remonta el río Veragua. Y así,<br />

de uno en otro río, de selva en selva, va recogiendo oro de<br />

los indios, en cambio de chucherías. Y otra vez estalla la<br />

guerra entre la tripulación y los aborígenes. Los caciques<br />

prisioneros, para librarse de la esclavitud, se matan entre<br />

ellos, como hombres libres. En eso Colón cae enfermo y<br />

el océano se calma. El visionario en sus fiebres oye voces<br />

misteriosas que le consuelan. Y regresan muy apenas a la<br />

colonia, perdiendo otro barco; los dos que quedan están<br />

viejos y deshechos, sin áncoras y amarrados entre sí, entre<br />

el viento y la mar otra vez implacables. Hambrientos<br />

y débiles todos, apenas tienen tiempo para encallar en la<br />

arena los barcos repletos de hombres. Los náufragos esperan<br />

en la playa el socorro de la Providencia. Poco después<br />

aparecieron los americanos llevándoles víveres, siempre en<br />

cambio de bagatelas.<br />

Los meses transcurrían agotando las provisiones y la<br />

paciencia. Entre los marinos, perdida la esperanza, se elevó<br />

el murmullo de la sedición. No había más remedio que<br />

dar aviso a la colonia, pero distaba cincuenta leguas de mar<br />

tempestuosa, y solamente se disponía de una chalupa. Sin<br />

embargo, Colón propone la empresa. Los marinos miran<br />

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