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ARTURO BORDA<br />

Luego se burlaba del esfuerzo paciente que hacía el<br />

Proletario para aprender algo. Todo era despótico en<br />

él.<br />

La mesa era el suplicio para los dos. El Proletario<br />

mascaba a boca cerrada, sin alzar los ojos del plato pensando<br />

en que aquel bocado por el que había sudado todo<br />

el día se lo daba al Burgués en concepto de caridad obligada,<br />

es decir, contra su voluntad. Por eso sentía que aquellas<br />

migajas estaban empapadas algo así como en cicuta.<br />

Su alma se rebelaba y no quería mascar más aquel pan;<br />

luego se le oscurecían los ojos: en su espíritu descendía<br />

la noche y entre suspiro y suspiro crujían sus muelas.<br />

Mas, como le aguijoneara el hambre y el antojo por las<br />

golosinas que viera en media mesa, involuntariamente iba<br />

a t.aas su vista, pero como topara con la mirada furiosa,<br />

mente imperativa y avara del Burgués, que cuanto más<br />

trataba de disimular se revelaba tanto más feroz, el Proletario<br />

burlándose tomaba el pastel y mirando de reojo,<br />

de modo provocativo y amenazador, se lo comía a modo<br />

de sibarita, saboreando con lentitud desesperante, mientras<br />

que el Burgués: decía: Traga, ladrón, pordiosero, ese<br />

mendrugo que me robas, y ojala revientes y te carguen<br />

los diez mil diablos. ¡Sacre! ¡Muerto de hambre! Aquí, en<br />

mi casa estás a mi costa como piojo en cogote de fraile.<br />

¡Come! ¡Bebe! Aquello era ridículo y terrible en el desayuno,<br />

en el almuerzo, en la comida y en la cena. Mientras<br />

tanto el Proletario, heridor y cómicamente trágico, mascando<br />

sus nervios replicaba:— Burro. Burro, si no fuera<br />

por mí, serías el eterno hazmerreír.— Y se ponía humildemente<br />

agotado y triste, sin dejar de mascar automáticamente,<br />

casi dando ajo que morder, hasta que después de<br />

sentir un deseo de vomitarle a la cara su comida, repetía<br />

de modo maquinal: —¡Bruto! ¡Burro...— En eso el hermético<br />

crítico azuzaba a los dos y sacudiendo los hombros<br />

se dormía soñando siempre en que al fin se hallaba solo,<br />

libre de la torturante presencia de esos dos idiotas en perpetuo<br />

rabioso silencio; mas, su destino era ser eco y espejo<br />

de ambos en sus mil formas de tormento, en aquello<br />

que por último constituía el cilicio de los tres. Y un día,<br />

mientras se durmió profundamente después del almuerzo,<br />

pude leer en su libreta de apuntes los siguientes juicios:<br />

— 1452 —

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