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ARTURO BORDA<br />

bla de algo que sea mejor que de nuestra situación<br />

presente. Habla.<br />

ALMA<br />

Si es tan deliciosa nuestra condición^ que nada hay<br />

mejor que hablar de ella misma. Oír, mirar... ¿Para qué<br />

más si estamos en el dominio de esos dos únicos<br />

sentidos?<br />

CUERPO<br />

Es verdad: el tacto está embotado, acaso tanto<br />

como el olfato.<br />

ALMA<br />

Pero no sé justamente por qué, mas, sospecho que<br />

el hablar mismo o siquiera el pensar se me figura un<br />

absurdo. La suscitación del pensamiento implica también<br />

la del sentimiento, lo cual es provocar un torbellino de<br />

inquietudes.<br />

CUERPO<br />

Eso es cierto. Además, esta nuestra conversación<br />

prueba que aun no estamos en un perfecto estado de serenidad,<br />

ya que la serenidad perfecta es a manera de la<br />

quietud o calma de la mar, que no risa ninguna ola su líquida<br />

extensión.<br />

ALMA<br />

A propósito. Se me ocurre que la serenidad jamás<br />

puede producir ninguna obra, ni en el dominio de las matemáticas,<br />

menos en el del arte. Por ejemplo: —¿Cómo es<br />

posible que haya música serena, si por sí la música<br />

implica la máxima tensión? La serenidad en la música es<br />

el silencio, lo cual se comprende que ya no es música,<br />

aunque discretamente usado puede dar belleza a la<br />

música. La única imagen que puede representar bien a la<br />

serenidad es el desierto sin vientos bajo un cielo sin<br />

nubes.<br />

—1518 —

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