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EL LOCO<br />

todoxia. En vano le defendió el dominico Diego de Deheza.<br />

El Rey don Fernando y toda la nobleza sonreían del<br />

pordiosero. Nadie quería gastar en él ni una perra blanca.<br />

*<br />

Después, en virtud de aquel amor misterioso que<br />

tienen los grandes corazones, doña Isabel, Reina de Castilla<br />

y Aragón, arrancándose sus joyas las da en venta, para<br />

subvenir los gastos del soñador que obsequiaba a la Corona<br />

el imperio de un continente. En eso Inglaterra, Portugal<br />

y Francia llaman a Colón, pero él, por amor y gratitud,<br />

va detrás de su Reina, esperando siempre humildemente,<br />

de campamento en campamento, en la guerra contra<br />

los moros. Así miraba Colón con indiferencia cómo<br />

Roabdil entrega a Fernando e Isabel las llaves de la ciudad<br />

islamita, de los palacios de los Abencerrajes y del alcázar<br />

de la Alhambra. Tal en sus ensueños, extraviados los<br />

ojos, sólo mira el ponderado movimiento de las revelaciones<br />

del misterio al otro lado de los mares, en las tinieblas<br />

de lo desconocido. Pero los reyes van y vienen sin advertir<br />

siquiera la presencia del gran hombre pobre.<br />

Mas, deshecho ya el corazón en esa esperanza inútil,<br />

vuelve el insano a la Rávida a despedirse del Prior y a<br />

recoger a su hijo Diego. Y como otra vez el embarazo de<br />

su amante doña Beatriz Enríquez le detuviera, si aquel día<br />

no hubiese hallado Colón a Marchena, las Américas hubieran<br />

sido de Lutecia o Albión. El Padre Juan Pérez lloró<br />

al ver la miseria en que volvía el visionario. Y sintiendo<br />

que desaparecería para España un mundo, llama al navegante<br />

Pinzón, al médico Fernández y al piloto de Lepi,<br />

Sebastián Rodríguez, quienes fascinados ante la perspectiva<br />

de hallar las minas de oro de Ophir, se ofrecen para la<br />

travesía. Con ese objeto escribe el Prior a la Reina. Ella<br />

y la marquesa de Maya protegen al genovés, enviándole<br />

sus fondos particulares. Así queda convenida la expedición.<br />

Entonces discuten el tratado entre aquel mendigo y<br />

la tacañería española; pero el monarca regatea el título y<br />

privilegios de almirante de océanos fantásticos y la autoridad<br />

y honores de Virrey de imperios y continentes de ensueños.<br />

Y la sabiduría española exclama: —Extrañas exi-<br />

— 999 —

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