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La Vida Social en el Coloniaje - andes

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Padre Acosta, <strong>el</strong> "mareo". Estos hombres nos demuestran, pues, que <strong>el</strong> mal de altura sólo puede<br />

operar sobre personas <strong>en</strong>fermas, pero que sus f<strong>en</strong>óm<strong>en</strong>os de hipot<strong>en</strong>sión arterial, la anoxidemia o<br />

<strong>en</strong>rarecimi<strong>en</strong>to d<strong>el</strong> oxíg<strong>en</strong>o, la taquicardia y la defici<strong>en</strong>cia <strong>en</strong> <strong>el</strong> funcionami<strong>en</strong>to suprarr<strong>en</strong>al,<br />

constituy<strong>en</strong> f<strong>en</strong>óm<strong>en</strong>os transitorios, que producida la adaptación al medio circundante, la vida<br />

humana se des<strong>en</strong>vu<strong>el</strong>ve sin alteraciones, <strong>en</strong> pl<strong>en</strong>a normalidad. Como para burlarse d<strong>el</strong> destino y<br />

de los hombres que ti<strong>en</strong><strong>en</strong> <strong>el</strong> terror de la altura, los españoles fundan la ciudad de Potosí, la más<br />

alta d<strong>el</strong> mundo situada a 4.146 metros sobre <strong>el</strong> niv<strong>el</strong> d<strong>el</strong> mar y la pueblan con 160.000 habitantes!.<br />

Los conquistadores españoles no sintieron, pues, las emanaciones mineralizadas de la tierra, ni<br />

sus síntomas de vértigo y de inacción. Todo lo contrario, la pres<strong>en</strong>cia de los minerales parece que<br />

los tonifica, los exulta y los torna eufóricos. Igual impresión de grandeza admirativa, siembra <strong>en</strong> <strong>el</strong><br />

espíritu la conquista y colonización de las regiones tropicales d<strong>el</strong> Alto Perú, Moxos y Chiquitos,<br />

donde los españoles superan todos los obstáculos, v<strong>en</strong>c<strong>en</strong> a la malaria, sojuzgan al hambre,<br />

imperan <strong>en</strong> <strong>el</strong> bosque y son los señores ante las fieras y ante los hombres. Igual que las bravas y<br />

viriles milicias, los frailes y misioneros, esculp<strong>en</strong> con su bu<strong>en</strong>a salud la epopeya de la conquista de<br />

El Dorado que no aparece, pero que es la gloria d<strong>el</strong> triunfo sobre los <strong>el</strong>em<strong>en</strong>tos hostiles e<br />

implacables.<br />

Ese fue <strong>el</strong> constante milagro de la Conquista: la gran salud de los españoles.<br />

Fundadas las ciudades y <strong>en</strong> marcha la vida de los c<strong>en</strong>tros poblados, vista aqu<strong>el</strong>la<br />

exist<strong>en</strong>cia con la m<strong>en</strong>talidad higiénica actual, nos <strong>en</strong>contramos con un panorama simplem<strong>en</strong>te<br />

repugnante. <strong>La</strong>s aguas servidas circulando sobre <strong>el</strong> canal abierto <strong>en</strong> la media calle, las inmundicias<br />

estancadas a poca distancia de la población, <strong>el</strong> polvo y <strong>el</strong> barro dueños de las calles. Los corrales<br />

como emporio de infección. El agua potable no siempre abundante sirvi<strong>en</strong>do ap<strong>en</strong>as para beber; <strong>el</strong><br />

baño íntimo es desconocido y los baños públicos también. No se pi<strong>en</strong>sa <strong>en</strong> las ciudades<br />

altoperuanas <strong>en</strong> combatir a las <strong>en</strong>fermedades, como <strong>en</strong> la vieja Roma, por medio d<strong>el</strong> aseo y d<strong>el</strong><br />

agua, al contrario, <strong>el</strong> único baño que se cumple es bañarse con su propio sudor. <strong>La</strong>s g<strong>en</strong>tes dan<br />

una s<strong>en</strong>sación de suciedad y de abandono, aún debajo de sus galas y de sus afeites. <strong>La</strong>s uñas<br />

negras y largas que les sirv<strong>en</strong> como instrum<strong>en</strong>tos cortantes, las luc<strong>en</strong> hasta las vírg<strong>en</strong>es<br />

policromadas, los cab<strong>el</strong>los largos con olor a podrido y la mayoría de las g<strong>en</strong>tes con los di<strong>en</strong>tes<br />

cariados, ofrecían posiblem<strong>en</strong>te un espectáculo nada agradable. Se convive cómodam<strong>en</strong>te con los<br />

piojos y las pulgas, y <strong>el</strong> cambiarse ropa interior es acontecimi<strong>en</strong>to notable. <strong>La</strong>s moscas dominan <strong>en</strong><br />

la atmósfera, los cerdos señorean <strong>en</strong> las calles y la abundancia de perros es <strong>en</strong>orme, muchas<br />

veces su número es mayor que los habitantes. Los conv<strong>en</strong>tos no eran templos alzados <strong>en</strong> honor<br />

d<strong>el</strong> agua y la limpieza higiénicas.<br />

<strong>La</strong> filosofía higiénica de la época era que <strong>el</strong> hombre no se hacía más bu<strong>en</strong>o ni más fuerte<br />

lavándose y que al contrario, <strong>el</strong> contacto con <strong>el</strong> agua proporcionaba muchas ocasiones de pecar,<br />

sirvi<strong>en</strong>do de instrum<strong>en</strong>to diabólico. Los votos de pobreza, aqu<strong>el</strong>los de no cambiarse ropa para que<br />

se opere un milagro, <strong>el</strong> vivir de las señoras metidas <strong>en</strong> su hábito, eran asunto r<strong>el</strong>igioso y no<br />

higiénico, de tal modo que esas g<strong>en</strong>tes conspiraban contra la salud sistemáticam<strong>en</strong>te no sólo con<br />

sus costumbres <strong>en</strong>emigas d<strong>el</strong> agua, d<strong>el</strong> sol y de la luz, sino por su dietética caprichosa integrada<br />

por chocolate, carne, huevos, ají, todo lo cual nos demuestra su poderosa vitalidad y su hermosa<br />

salud, que se imponía por <strong>en</strong>cima de todo descuido por la vida física, mi<strong>en</strong>tras que la protección de<br />

su cuerpo, después de todos los excesos, se <strong>en</strong>tregaba al amparo de la provid<strong>en</strong>cia y de los<br />

santos, sus abogados. Así, los santos "más eficaces" para curar las <strong>en</strong>fermedades eran los<br />

sigui<strong>en</strong>tes: Santa Ludvina <strong>el</strong> dolor de cabeza, San Hugo los ataques epilépticos, Santa Gertrudis <strong>el</strong><br />

mal de corazón, Santa Tecla la boca torcida, San Gregorio la <strong>en</strong>fermedad de los ojos, Santa Lucía<br />

la ceguera, San Zacarías <strong>el</strong> mal de oído, San Alipio la epistaxis, San BIas la angina, Santa<br />

Lucrecia <strong>el</strong> asma, Santa Engracia <strong>el</strong> hígado, San Pantaleón las almorranas, San Antioco <strong>el</strong> sistema<br />

urinario, Santa Polonia <strong>el</strong> dolor de mu<strong>el</strong>as, San Val<strong>en</strong>tín <strong>el</strong> estreñimi<strong>en</strong>to, Santa Agueda los partos<br />

difíciles, etc. El pres<strong>en</strong>te recetario de Santos aparece <strong>en</strong> "El Florilegio Médico" d<strong>el</strong> jesuita Juan<br />

Esteynefer, publicado para "uso de las remotas provincias de España y sus misiones". Casi puede<br />

decirse que al hombre de la Colonia no le interesaba sino la salvación de su alma, t<strong>en</strong>i<strong>en</strong>do un<br />

profundo desdén por su cuerpo.<br />

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